Pues sí. Cuatro años de aquello que permanecerá en nuestras vidas. Para los niños, quedó la tablets. Para muchos, el teletrabajo. Para casi todos, las terrazas llenas, en invierno y en verano. Para los menos favorecidos, un Covid persistente que les mantiene irremediable y terriblemente unidos. Para todos, unas paredes, una familia, una televisión, una ventana, algo de ejercicio y muchos días sin salir de ese encierro. Dio para escribir libros, por aquello de guardar a los que vengan un bocado cruel de la historia de la humanidad. Mi historia dio para cuarenta escritos unidos en un libro, “la trinchera”. Este fue el, el día uno. “Podría decir que comencé este diario el primer día, coincidiendo con el Decreto que nos enclaustró. Pero no. Hoy ya es lunes y son las seis de la tarde. Y en familia decidimos fuera el primer día de nuestro diario. Cayetana acaba de romper el horario que tanto trabajo costó elaborar ayer. A veces no es compatible lo que los padres ordenamos, con un cole que envía tareas discreción por internet. Un poco desbarajuste, la verdad. Y nosotros, sus padres. Pensar que alguien nos puso en duda… Ayer les decíamos que deberían crear un horario, una norma que les guiara cada día, algo que les sacara de la rutina diaria. Pueden reírse, sí. Hablar de sacar de la rutina con lo que queda por delante… Un mes, seguro. Salvando las ocho de dormir, necesitamos que las dieciséis restantes sean eso, un motivo para estar, para ver que al final seguro que merecerá la pena tantas horas de encierro obligado. Inventar cada día. Sugerir formas de compartir espacios. Redescubrirnos como lo mejor que tenemos en la vida. Para Pablo, lo mejor está en la recompensa de ver los vídeos de fútbol que su entrenador le envía. Y la bici estática. Mínimo treinta minutos cada uno. Nos preguntamos si aguantará el encierro. Una mañana encontraremos que se ha tirado por la ventana. Yo creo que un gobierno que pensó en regular la apertura de peluquerías, debería haber pensado también en la reposición familiar de estáticas. Nos preocupa el mayor, Nacho. Segundo de Bachiller y una selectividad incierta de contenidos, de materias, de pruebas. Obligado a estudiar desde temprano como norma irrenunciable de edad y curso, y sin saber lo que finalmente pasará. Si antes había dudas, ahora más. No sé si llegaremos a decir ‘prueba superada’. Sólo, que dentro de una hora saldremos al balcón, a la cita de las ocho de la tarde. Saludaremos a los vecinos, aplaudiremos, el corazón se encogerá... y sabremos que no estamos solos. Después el pijama, el telediario, las cifras, la curva que sigue creciendo. Y otra vez se encogerá el corazón. Una vez más. Quedan tantos por salvar… hasta ahora nadie cercano. Los abuelos solos, bien alejados de cualquiera que les pueda contagiar. Los primos, los titos, el Whatsapp, a lo sumo un vídeo para verse, es inevitable… pero todos bien, que es lo que cuenta. Y mañana más. Mañana, seguro que más…”.

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