Mírala. Va por ahí. ¿No lo veis? Como si perder la vida no fuera con ella. Como si todo apenas hubiera cambiado, como si siguiera en el camino, en el que le sigue llevando tan cerca y tan lejos en su aventura de todos los días. Se llama María, tiene 11 años y desde los 7 lucha contra el sarcoma de Ewing, un tipo de cáncer que afecta a los huesos y le obliga a tratarse con morfina. Y ahí va. Dejándonos el imborrable recuerdo de su diminuta historia, y la mayor de sus sonrisas. Una historia de amor. Y cariño. Mucho cariño.

¿Sabéis? A ella nunca se le hará de noche. A ella le encanta el fútbol. De pequeña soñaba con ser futbolista. Ella y su familia buscan apoyo para fomentar la investigación médica. Tienen una fundación. Se llama La sonrisa de María. Como ya es mayor, quiere ser oncóloga y ayudar a niños en su misma situación. A su familia se les debe hacer muy cuesta arriba jugar este partido. María no. María en cambio, a diario gana por goleada su partido. Su sonrisa, la sonrisa de María, lo puede todo. Remontando dolores, sinsabores, dibujándose a diario como la única princesa de un bonito y amargo cuento. Exprimiendo cada minuto, cada latido, cada segundo. Su enfermedad, aunque de vez en cuando le obliga a pasar temporadas en el hospital, no le frena. Y junto a su fiel amigo Gonzalo, enamorado de la fortaleza de María, viaja y viaja sin perder nunca la sonrisa.

No sé si llegará un día en que se hará de noche. No sé si llegará, pero entretanto, quienes la rodean, no pierden ocasión pintar su futuro de azul. Desconozco si este dejará de dibujarse en su hermosa orilla, si el horizonte no consentirá en devolvérselo, si esa tarde se hará de noche y una y otra vez preguntarán dónde está. Y porqué. Pero ese día no existe. Detrás de cada sonrisa sólo cabe un día que remonta, que cobra color y vida, un día que amanece, un día al que pondrán sol y lo llenarán de hermosos recuerdos, un día que se dibuja entre sus once años y su eterna sonrisa. Y no deja tiempo para más.

Una guerrera. Entre la emoción y el sufrimiento, que imagino también lo habrá. La sonrisa que a veces llora. Y la entereza. La entereza que se agarra y no permite que nadie se desmorone. Delante de ella, no. La que reniega de su propia condición humana y propone otra de las muchas lecciones de vida repartidas por este mundo. Pero esta lección de María, la de la otra tarde cuando la vi en televisión, será difícil de olvidar. Como el cuento que nosotros, papás, deberíamos siempre leer a nuestros hijos. Y sé que no habrá día en que su madre deje de preguntar por el futuro de María a las estrellas. Y sé que no habrá noche en que su padre no se lamentará diciendo porqué a ellos. Pero hoy no. Hoy toca silencio. El futuro es silencio, y sólo silencio debemos dar. Y una sonrisa. La de María. Su nombre, podrá olvidarse. Pero su historia y su sonrisa, no. Nunca la olvidaremos. Para que luego digan que Dios no existe… para que luego digan que no existe…

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