Hay al sur de la ciudad de Granada, justo al inicio del camino de la costa, un llano inmenso delimitado por las hoy poblaciones y términos de Alhendín, Otura, Los Ogíjares, Armilla, Churriana y Las Gabias que en un tiempo, hace en torno a cuatro siglos, estuvo poblado en buena parte de grandes arboledas, que es fama fueron taladas para emplear la madera en los astilleros en que se construyeron las naves que Felipe II envió contra Inglaterra y que, denominada ‘La Armada Invencible’ y gobernada –al menos en los decretos de papel– por el duque de Medina Sidonia –que se dice no había visto una barca ni en los estanques de sus cortijos– vino a dar con sus quillas en los fondos marinos, dejando plagadas las costas inglesas de buenas ovejas merinas, cuyas descendientes producen ahora los mejores paños para los ternos de arrogantes sires y lores del imperio británico.

Hoy, parte de aquellas tierras llanas, al más próximo sur de la ‘Ciudad de la Alhambra’, apenas cumplen el siglo justo en que fueron destinadas a escuela del Ejército del Aire, desde la que primero se levantaron, rumbo a los cielos, algunos globos estratosféricos ante los ojos asombrados de los lugareños de esos pueblos, antes mencionados y que hoy se han convertido en poblaciones que contienen los hogares de cerca de cien mil criaturas, gentes de lo que se denomina ‘clase media’, trabajadores que con su esfuerzo sostienen, junto a los demás de su clase y en toda España, a este país, el mismo, desde hace un lustro, galopantemente empobrecido gracias a los ‘Gobiernos garrapata’, cuyo esfuerzo no es sino para asegurar, de cualquier forma, el modo de aferrarse a los sillones del poder, sin tener ni clara ni obscura idea de qué hacer con él.

En el devenir del siglo XX, parte de aquellos territorios se fueron transformando en campo de aviación y luego escuela de pilotos de helicópteros, también del Ejército, con el que se convive en ordenada y placentera relación, hasta que algún portento maravilloso, de esos tan numerosos que se sientan a pacer en el Consejo de Ministros, en torno al gran Pedro Sánchez, ha ideado la estúpida y perturbadora ocurrencia de instalar allí mismo un campo de concentración, destinado a emigrantes africanos, hambrientos y desesperados, presas de las mafias desalmadas que con ellos trafican, como si esclavos fuesen, poniendo así, estos sesudos (des)gobernantes –que a veces son un castigo– la más fuerte piedra sobre la que levantar el edificio del enfrentamiento entre criaturas de civilizaciones tan distintas y distantes.

Es, sin duda, una buena forma de joder (quinta acepción de la RAE) a sufridos y obedientes trabajadores de esos pueblos –que contribuyen al pago de tanto inútil sueldo ministerial– y ocultar de paso los caminos de la libertad a esos seres humanos llegados de otras lejanas tierras, que ansían en justicia metas tranquilas de salud, trabajo, convivencia y esperanza ¿O no?

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