En pleno debate sobre como combatir los bulos, de un lado y del otro, que se adueñan del panorama mediático nacional, parece más relevante que nunca una reflexión seria, sobre qué está ocurriendo con el periodismo en este país.

Si no hace tanto que el ejercicio de este oficio estaba dentro de los mejor considerados por la sociedad a la que servía, hoy en día ocurre todo lo contrario y lamentablemente el periodismo está bajo sospecha para un gran porcentaje de nuestros compatriotas.

Sin duda que la arrolladora irrupción de las nuevas tecnologías de la información tienen mucho que ver con esta situación, fundamentalmente porque este nuevo panorama ha quebrado uno de los principales pilares en el ejercicio del periodismo “convencional”, que no era otro que el de que el periodista era el intermediario, formado y cualificado, entre los hechos y como llegaban esos hechos a la ciudadanía.

Ese principio ha saltado por los aires por obra y gracia de internet, que ha posibilitado que cualquier persona pueda difundir masivamente los mensajes que considere oportuno, sin someterse al menor filtro que garantice la veracidad y la imparcialidad de los mismos. Súmenle ustedes que un porcentaje elevadísimo de la población ha abandonado a los medios de comunicación tradicionales como vehículo para informarse, el abaratamiento de las herramientas informativas y que muchas cuentas de redes sociales tienen muchos más seguidores que las cabeceras con más difusión de la prensa tradicional y tendremos la tormenta perfecta para el tsunami de desinformación que nos asola.

Ante semejante panorama no es de extrañar la proliferación de soportes que bajo el paraguas digital, se autodenominan medios de comunicación, cuando el realidad son el brazo mediático de poderes políticos y económicos, para intoxicar interesadamente a la ciudadanía.

No hay recetas absolutas para saber que medio de comunicación merece tal nombre y cual no, pero tengan siempre presentes estas tres premisas: la independencia, porque con la desinformación también hay que seguir la pista del dinero y no hay libertad editorial sin libertad económica; la de la transparencia, porque ¿cómo es posible que tantos pseudo medios, de los que piden a los demás explicaciones, no aporten ni un solo dato sobre ellos? y la del servicio público, porque el buen periodismo es aquel que sirve al interés general de la ciudadanía, y no al de un pequeño grupo de poderosos.

Ante semejante panorama solo la ética y la responsabilidad editorial y no las tentaciones regulatorias desde cualquier gobierno, seguirán siendo fundamentales para mantener la confianza de la ciudadanía en un mundo digital imparable, lo cual evidencia el papel fundamental que debemos tener los periodistas.

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