Los nuevos tiempos

César De Requesens

crequesens@gmail.com

Narcisos

La 'cultura del selfie' define la obsesión por ser el motivo central de nuestro álbum, lo que no puede ser cosa buena

Solos, altivos y tan bellos, los narcisos adornan las riberas de las calles y, también, las de los ríos. Porque están los narcisos-flor y, cómo no, los narcisos humanos, perfectamente distinguibles a poco que uno se fije, encarnando esa forma de 'auto-amor' tan de hoy como tan estéril al acabarse en uno mismo.

A la nueva cultura social que se va instalando a base de reiteración en las costumbres se la está denominando 'cultura del selfie' para que se entienda vulgarmente que esa obsesión por ser el motivo central de nuestro álbum de fotos no, no puede ser cosa buena. A la larga resulta aburrido, además de poco estético. Pero es lo que se impone.

Cuando todo un sistema económico acaba orientado a satisfacer la forma más mínima del amor humano sin que salten las alarmas ni se mueva una hoja, conviene volver la mirada a los mitos fundacionales de nuestra cultura y recordar a ese Narciso que se ahogó en el lago de tanto quererse en la imagen que le devolvía las aguas al mirarse encantadísimo de sí mismo en el espejo. Ese reflejo del relato griego es ahora la red social de turno. Nos dan un cachito de espacio y nos gloriamos de vernos en ese cachito de virtualidad que, como el de la imagen en el lago, no es nosotros mismos sino una parte de cada uno.

Tantas ansiedades y esfuerzos por parecerse a los 'influencers' con sus miles de seguidores y esa vida que imaginas que tienen, hasta que los conoces en persona y te cuentan de qué va en realidad eso. Y no, ya no te apetece tanto después de un rato de charla. Es el suyo un curro de publicista como otro cualquiera pero que poco a poco les absorbe la vida. Finalmente no les compensa. Menos aún cuando compruebas que esa vida acaba estando pendiente de unos miles de seguidores y de los 'like' que te regalan a cada post que les subes. Como es bien sabido, mejor pocos amigos pero buenos que muchos malos y, encima, hasta desconocidos.

Nada más sano que un punto de rebeldía en las tendencias sociales. Para alimentarla, conviene recordar el final trágico de aquel Narciso que fundó el mito, la bella soledad de la flor que vemos por los campos, cada vez que entramos en nuestro muro. Porque tal vez lo mejor sea cerrar un rato y mirar alrededor y buscar rostros reales que nos devuelvan eso, realidad, más que ese efímero aplauso que a la larga nos hace menos humanos.

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