Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

coleraquiles@gmail.com

Quemando la noche

La noche de los insomnes se ha convertido en una alocada huida por el dial, esquivando los procesos y sus secuelas

He terminado sabiéndome de coro la historia de san Bruno, fundador de los cartujos. El que la contaba de madrugada en Radio María tenía una voz muy eufónica. Desde que José Vallejo nos enseñó la Cartuja a un grupo de amigos, me interesan el barroco y las masas enfervorecidas, y nada transversales, que asistían en el siglo XVIII a los actos de culto en el Monasterio. Detrás de la reja del fondo, en un espacio en el que me parece que no caben más de 100 personas, se situarían apretujados los fieles granadinos que conseguían entrar. Luego, ellos le contarían a la muchedumbre que se apelotonaba fuera, los prodigios de luz y de misterio que habían visto.

Conseguí quedarme dormido, como media hora. Para entonces San Bruno había desaparecido. Cambié de emisora. Puse Radio 3, donde un cooperante hablaba de las difíciles condiciones de vida en el Sahara: los saharauis utilizan los objetos que desechamos en España para hacer su vida menos dura. Me cambié de canal cuando el cooperante habló de que en una aldea se encontró con una vieja furgoneta de la Ertzaintza y colocó la morcillilla de que en uno de esos vehículos había sido conducido a comisaría en más de una ocasión. Pensé que los que hace el bien tan lejos de sus casas, también tienen sus egos que recomponer y que publicitar.

Con los ojos como platos, insomne, sobre las cinco, encontré una emisora donde contaban la historia de cómo el profeta Daniel terminó en el foso de los leones, por entrometido. Pero eso es lo de menos, admiré sobre todo la argucia que empleó Daniel para demostrarle al rey de los persas que los sacerdotes del dios Bel se comían los presentes de los fieles. Genial: esparció ceniza en el suelo del templo del dios y, cuando los sacerdotes y sus familias fueron de noche a sustraer los alimentos, dejaron las huellas de sus pies en el pavimento. El rey mató a los ladrones.

Casi todo está en la Biblia, pensé; primero, que los mediadores, los sacerdotes, cobran por su trabajo y segundo, que, cuando James Bond pega un cabello con saliva en la puerta de la caja fuerte para cerciorarse de que el sospechoso ha robado la fórmula secreta, la idea la copió del libro del Daniel. Y con este interesante descubrimiento, me vino un sopor profundo del que no desperté hasta la mañana siguiente.

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