Cajón de sastre
Francisco González García
¿Qué me estás contando?
Mi amigo Pánfilo me escribe muy cabreado porque teme que sus pequeñas ocurrencias volterianas palidezcan ante el irreverente libelo –el ‘sostrazo’, diríamos– lanzado contra el papa Francisco por un columnista de ABC. Los dardos del articulista son de grueso calibre y de efectos teológicos imprevisibles. Porque, con una audacia blasfema y sin reparar en que sus opiniones comprometían gravemente al Espíritu Santo (que no dejará pasar sin castigo su pecado de soberbia, su hybris) afirmó que el actual papa no cree en Dios pero sí en las colectas de los fieles. No habrá leído al filósofo Noah Harari –le señalo doctoral a Pánfilo–, el cual afirma que los gurús de cualquier creencia o religión, aun dudando de su fe en ocasiones, con el paso del tiempo y el ejercicio de su ministerio, terminan creyendo en lo que les proporciona el sustento. Es su comer. Pero la cosa no para ahí –denuncia Pánfilo–, el plumilla escribió que Francisco, el montonero, es sordo a la gracia y no entiende el misterio. Y que, a lo Poncio Pilatos, si Jesucristo volviera, dejaría que la turba lo linchara, lavándose las manos. Como Pánfilo se muere por escandalizar, se teme que el texto que le iba a publicar en su blog Paolo Collejo sobre el enfrentamiento entre el papado y el Opus suene a pellizco de monja o a puya de sacristán. Sostenía Pánfilo en su escrito, audazmente, que el que los jesuitas se lleven mal con sus hermanos en Cristo del Opus se debe a su lucha por el ‘elitazgo’: que la soberbia y las pugnas por el poder andan también entre los pucheros de la piedad. Leo el susodicho artículo y entiendo por qué no ha gustado al Opus, en la tierra, ni a su fundador, en los cielos. Jamás el Opus diría las cosas de forma tan insolente y ordinaria, porque esta congregación aprendió de San Josemaría suavidades y melismas de vaselina con los que fulminar al adversario. El articulista me recuerda un poco a los caballeros andantes que alancean a malandrines y follones machistas en defensa de las damas, con la esperanza de echarse novia, de obtener cuidados gratis para su vejez o de ganarse el voto de las mujeres. No te rayes, Pánfilo –le digo-, porque jamás podrás superar lo que sugiere en su columna este creyente impío: que el día que los cardenales eligieron papa a Francisco, al soplo del Espíritu se le había ido la pinza.
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