La columna

Juan Cañavate

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Urraquitas

En Granada hay nidos de urraquitas en cada esquina, como las de las fábulas de La Fontaine o Samaniego

Será para contrarrestar tanta belleza que Granada guarda detrás de cada rincón hermoso una sombra oscura, un siniestro propósito que, más que maldad, esconde un resabio antiguo de chavico, de malicia encallecida, de trampa de rentista viejo, de miseria de vivir del cuento y, si pudiera ser, del cuento ajeno. Es la misma masa negra que alimenta a esa clase de publiquito granadino que cuentan en el chiste otras provincias que le regaló Dios a esta tierra para que no se le subiese a la cabeza tanta belleza y tanta riqueza; playa, nieve, la Alhambra, el Albaicín... -pero piense usted en el público, -se defendía Dios de quienes le acusaban de haber favorecido a esta provincia por encima de todas las demás de Andalucía.

Un público que, como urraquitas, anda por las ramas altas de los laureles de las plazas a la espera de cualquier descuido, con la mirada fija en los brillos ajenos de unos y de otros y que las urraquitas entienden siempre como propios. Nada hay que se escape a sus ojos de avaricia y nada hay que no reclamen como suyo aunque sea de otros.

En Granada hay nidos de urraquitas por todas las esquinas, no como las del Retablillo de don Cristóbal, sino más bien de esas que salen en las fábulas de La Fontaine o Samaniego; gritonas, ladronzuelas, fatuas, engreídas, simples, al fin, de tanto intentar vivir en el abuso.

Sobre el Albaicín vuelan y sobrevuelan las urracas y sobre Sierra Nevada también vuelan las urracas y hasta la memoria de Lorca suspira bajo una sombra de urracas. Sobre todo, sobre casi todo y, en la Alhambra, más que en ningún sitio, las urracas cuelgan sus nidos en los cipreses altos de los paseos del Secano o en los olivos del Generalife para llenarlos del oro ajeno.

Algunas agencias de turismo han estado en los últimos años acaparando entradas a la Alhambra que, posteriormente, con alguna estratagema, se han dedicado a revender por dos o tres veces su precio en un sucio negocio de urracas. Ante semejante vergüenza para la ciudad y ante semejante estafa, el Patronato decidió cambiar el sistema vendiendo las entradas con nombre y apellidos.

Hoy las urracas no paran de graznar y hasta amenazan con sus picos charlatanes reclamando lo que no es suyo como si lo fuera, cosas de estos pajarracos.

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