'Zaafra', flamenco esencial

Era dibujante de expresividad arrebatadora; su conversación solía adelantar los magníficos dibujos que gestaba en su interior

Cerca de cuarenta años hace que conocí a David González 'Zaafra'. Y fue en Arcadia, un local que tenía abierto, mediados los años ochenta, el cantautor granadino Pedro Soriano, en la calle Colegios. Pedro, anarquista con enorme carga de romanticismo, había vivido años en Alemania y allí conoció a David, que también rasgaba con gracia la guitarra y cantaba bajito canciones del corazón y un poquito de flamenco. Yo solía ir a Arcadia a horas bastante tardías. Me quedaba, casi siempre, de redactor de cierre en los distintos periódicos que dirigió en aquellos años mi querido y siempre admirado maestro el gran Juan José Porto, periodista de lujo y merecido prestigio nacional. A esas horas en que acudía a aquel local de la granadina calle Colegios, eran a las que solíamos congregarnos un puñado de amantes de la música, el teatro, la fotografía, la literatura, el periodismo, la pintura y muy especialmente de las copas. Sí, sin las copas aquella locuacidad y aquel fluir de las canciones y los poemas, hasta el cotidiano amanecer, hubiese sido imposible.

Zaafra aportaba la singularidad de ser muy bueno en su oficio. Era pintor, mejor, dibujante de expresividad arrebatadora, su su conversación solía, siempre y de algún modo, adelantar los magníficos dibujos que gestaba en su interior y pugnaban, sin descanso, por salir a la luz de los carboncillos. Era delicioso verlo manejar, con aquella soltura y seguridad de verdadero maestro, los lápices y tizones, las gomas y los cartoncillos de difumino, haciéndolos discurrir sobre el blanco impoluto del papel.

David hablaba bajito, como queriendo que no se le oyese. Volaban en torno de sus ojos unas ciertas avecillas de la timidez y dejaba escapar parte de los sonidos que articulaba por entre la nariz y la boca, de forma que suavizaba el lenguaje haciéndolo intimista y definitivamente convincente por cercano. Lo visité muchas veces en su peculiar estudio de artista de la calle Elvira, hablábamos de Quevedo y de Cervantes, de Goya y de Dalí y me enseñaba, siempre con la ilusión de un niño, lo que estuviese haciendo en esos días, que siempre solían ser trabajos mucho más que sobresalientes.

David Zaafra, pasado un tiempo y como por mágico y detestable sortilegio, vino en casi desaparecer de mi vida. Se encerró, impelido por su afán creador, en su nuevo estudio de Huétor Vega. Y allí fue el delirio. Creció aún más suscitando la admiración de toda la crítica especializada, especialmente en Europa y América. Ahora, en estos días y dentro de la conmemoración del Centenario del Concurso de Cante Jondo de 1922, expone una magnífica muestra póstuma, en el Centro Artístico de Granada. Tenía que ser de él, porque Zaafra, no me cabe duda, llegó a ser parte del flamenco esencial. ¿O no?

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