Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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Los amores del padre Román

Román se defiende de la acusación de pederastia alegando que su amor era cristiano. ¿Captarán los jueces el matiz?

El amor cristiano del que habla el padre Román (el sacerdote juzgado por pederastia en la Audiencia Provincial de Granada), sólo pudo existir, obviamente, después de Cristo. Fue San Pablo, en la epístola a los Corintios, esa que se lee en la bodas, el que habló del poder extraordinario del amor. Pero no se refiere Pablo al afecto marital ni al amor pasión, sino al amor al prójimo. Su epístola podría ser leída, igualmente, en la Asamblea de la ONU. Antes de la invención del lenguaje no existía el amor, sólo existían los astros y la ley de la gravedad. Y el amor era entonces, nada más y nada menos que esa fuerza telúrica, puesta ahí para que no se extinga la vida, que nos lleva, desde hace millones de años, a chocar unos con otros y a enredarnos y a dejar todo cuidado, o el propio yo, olvidado entre las azucenas de un gozo inefable. Una fuerza parecida, según Dante, a la que impulsa al sol y a las estrellas. Amor y lenguaje van muy unidos. Las últimas teorías sobre el lenguaje hablan de que se inventó más para cotillear que para otra cosa. El cotilleo, el maldecir del otro, o el bien decir de él, crea unos lazos fortísimos. El sentirse en comunidad de pensamientos, de aspiraciones, de proyectos con el grupo en el que nace uno, en la tribu, en el clan o en la familia, llevaron a los seres humanos a inventar el parloteo, algo más útil y flexible para comunicarse con los otros que los gestos o los gritos. No hay que descartar que las mujeres estuvieran más interesadas que los hombres en perfeccionar el lenguaje oral. Por dos motivos, para poder frenar la violencia, incluida la sexual, con la palabra y para poder enseñar a sus niños, dentro de las cuevas, a bandearse fuera de ellas. El amor es un cuento que nació, antes del invento de los anticonceptivos, para obtener de los machos un respiro. Treguas. Para desactivarlos, provisionalmente. Porque ellos no se quedaban embarazados ni parían. Palabritas, flores, velas, escalas secretas, damas encerradas en torres, rendidas a las palabras de Cyrano de Bergerac. Y entonces llegaron los poetas y vieron que era un asunto con muchas posibilidades y ya la cosa no tuvo remedio. Y de él hablaron los poetas califales y los trovadores provenzales y las novelas sentimentales del siglo XV. Y los místicos que utilizaron el lenguaje del amor humano para hablar del amor divino. Y los poetas mundanales que robaron a los místicos el lenguaje divino para hablar del amor humano. En las pelis porno pervive esta confusión: llegados al clímax, los protagonistas gritan "Oh, my God!". Hablar por tanto de amor cristiano, si no se acompaña de un prospecto explicativo, sumirá al tribunal que juzga al padre Román, en mayor confusión de la que ya sufre ante un delito tan abominable como es el de la pederastia. Porque el amor cristiano, a veces, se parece muchísimo, al humano. Basta con ver la escultura de Santa Teresa de Bernini.

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