A brevazo limpio

Compruebo que aquellas frutas que consumíamos gratis ahora nos pueden dejar la pensión bastante perjudicada

Uno de los desbarajustes mentales que tenemos que sufrir los de mi generación es ver como aquellas frutas que siempre estuvieron a nuestro alcance y que para nosotros no tenían más coste que el que suponía subir al árbol y cogerlas, hoy las miramos en la frutería con la sensación de que estamos observando el escaparate de una joyería. Me acuerdo de que en la aldea en donde pasaba el verano, Zocueca, uno de los juegos que practicábamos los niños era la guerra de higos y brevas. Nos subíamos a las higueras y los ejemplares que cogíamos nos los tirábamos en plan guerrilla campestre. Las brevas maduras se espachurraban en nuestros cuerpos enclenques dejándonoslos pegajosos y mugrientos. Algo que nos encantaba porque luego terminábamos todos bañándonos en el río Rumblar quitándonos las heridas de la batalla. El tío Lucas, el dueño de las higueras, no se enfadaba si le quitábamos los higos y solo nos pedía que cogiéramos unos pocos para echárselos a los cerdos. Pues bien, esas brevas que cogíamos como munición en nuestros juegos o para la comida de los marranos, las he visto a diez euros el kilo en una frutería. A casi un euro la breva. Lo mismo pasa con los chumbos, a los que nunca le hacíamos aprecio por el coste que suponía su recolección: podíamos acabar con sus espinas afiladas e irritantes hasta en el cielo de paladar. Por eso esperábamos que las cogiera el chumbero de turno y luego ir a comerlos por una peseta la panzá. Hace unos días los vi a ocho euros la docena. Y encima sin pelar. Lo mismo pasaba con los ciruelos. Eran tan abundantes que solo teníamos que subir al árbol y consumir ciruelas a porrillo, a pesar de la advertencia de nuestras madres que decían que te podían causar una molesta cagalera. De ahí ese desbarajuste mental del que hablaba antes para los niños del franquismo, que comprobamos que aquellas frutas que consumíamos gratis y a mansalva ahora nos pueden dejar la pensión bastante perjudicada si decidimos adquirirlas. Si a eso sumamos que las frutas de ahora han perdido el sabor que tenían antes, nos tenemos más remedio que añorar aquellos tiempos en que los tomates sabían a tomates y los melocotones a melocotones. Hoy los podemos encontrar en las estanterías de los supermercados ejemplares más bonitos y lustrosos, pero tan insípidos como chupar un candando.

Entran por los ojos, pero nunca por el paladar. En fin, que me gustaría ser otra vez niño del franquismo solo para volver a la sensación de las contiendas a brevazo limpio.

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