Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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El carnaval interminable

Dos tsunamis han devastado la "alta cultura": el Holocausto y las redes sociales

Algún filósofo pronosticó que, después de Auschwitz, escribir poesía sería un acto de barbarie. Pensar, filosofar, pintar, componer una sinfonía, erigir una catedral, rezar, esculpir; todo lo que se conocía como "alta cultura" quedó bastante afectado tras el Holocausto. Porque los que lo perpetraron no eran unos "indocumentados". El 20 de enero de 1942 se celebró una reunión en una villa de que disponía la SS a la orilla del lago Wannsee, en la que se estudió la llamada "solución final": el exterminio de los judíos. De los 15 asistentes al acto, ocho eran doctores universitarios. La "alta cultura" no hace a los seres humanos más apacibles o compasivos. Pero el Holocausto no impidió, pese a los malos augurios, que los creadores siguieran creando para "su público", aunque una enorme sospecha recayó a partir de entonces sobre las "almas bellas", fueran estas creadoras o espectadoras. La excelencia dejó de ser considerada como generadora de felicidad para la humanidad. Al tsunami del Holocausto, se une ahora el tsunami del internet que está posibilitando algo parecido a un carnaval permanente. En el pasado, se permitía al pueblo llano, durante unos días, reírse del poder y de sus obras. Era una válvula de escape del malestar general. Porque en cualquier época la brutalidad y los abusos del poder han sido percibidos como crímenes contra la humanidad por las víctimas y por sus contemporáneos. Por mucha teología que intentara justificar la quema de un hereje en nombre de la verdad oficial, y por mucho que disfrutaran los asistentes a tan tremendo espectáculo, el dolor del reo era visto como inhumano. Ahora, la red, donde se queman a diestro y siniestro reputaciones, méritos y excelencias, actúa como válvula de escape de la frustración y de la impotencia de los usuarios. Salvo excepciones, al poder no le ha interesado cerrar esa espita del desahogo. Esa carnavalesca destrucción de las elites, sin embargo, empieza a preocupar: los ricos están un poco asustado por si las llamas de los jokers desesperados de las películas los alcanzan. Y, también, a algunos artistas les asusta la mediocridad apabullante que arrasa con todo y que no permitiría, en el presente, la aparición de un Jesús, de un Mahoma o de un Shakespeare. Las redes trituran todo lo que sobresale y no deja levantar cabeza a los divos.

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