Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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Las delicias del sultán

Desde Aristóteles, y antes, es cosa bien sabida que el mundo trabaja por dos cosas: por el yacer y por el yantar.

Ya empezó la burra a blincos", que diría mi tita María en su delicioso y vacilante andaluz, cuando nos poníamos pesados, cuando, pese a haberle prometido que no incurriríamos más en algún desliz, volvíamos por donde solíamos. Espero que no recuerden que prometí en el anterior artículo no ser prolijo en el uso de citas. Porque vuelvo hoy con mis "blincos" librescos. No sé si echarle la culpa al Arcipreste de Hita o a Aristóteles que han resumido a la perfección la idea que hoy quiero transmitirles. En El Libro del Buen Amor (siglo XIV), el Arcipreste escribe: "Como dise Aristóteles, cosa es verdadera, /el mundo por dos cosas trabaja: la primera, /por aver mantenençia; la otra era / por aver juntamiento con fembra placentera". Comer y holgar, esas son las palancas poderosas que mueven el mundo; que lo hacen prolífico, excesivo, para que la vida no se extinga. La mayor parte de los conflictos vienen de ahí: de que seres ambiciosos, acaparadores y crueles han intentado siempre poner llaves de paso, contadores, a ese río caudaloso, afluido hoy por casi ocho mil millones de personas. Las recompensas que el inventor de recursos tan poderosos, como el orgasmo y la saciedad, ideó para que no dejáramos de comer y de holgar, se encuentran entre lo mejor de la vida. "Tú, disfruta lo que puedas que la vida son cuatro días", nos dicen. Haz el amor en el cabo Sunion, de cara al Egeo, o en una alameda de Santa Fe. Come en Estambul un plato de Hunkar Begendi (Las delicias del sultán, en cristiano) o en Pinos un arroz caldoso. A hurtadillas, esquivando las miradas inquisidoras de los fontaneros del poder, empeñados en canalizar los torrentes del gozo e instalar estrechas cañerías, con contadores y llaves de paso, para cobrarnos por lo que no es suyo. Que, en lugar de contribuir a que todo el mundo pueda comer, acaparan los mercados y sus precios. Que, en lugar de espolear a las criaturas a chocar entre ellas para hacerse gozo, para romperse en batallas incruentas de amor, inventaron la culpa y el pecado. Que apartaron a las mujeres del poder y de la gloria y las sustituyeron -a ellas, las únicas creadoras conocidas- por dioses de guardarropía que siempre han andado a la gresca. Establecieron fielatos y cobraron por cada beso, por cada caricia, por cada pan. Hasta por una palmera de chocolate de la talla XXL.

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