Ya ha pasado un año desde que dimitió Torres Hurtado como alcalde de Granada y tengo la impresión de que se está perdiendo la perspectiva. La llegada de Paco Cuenca a la alcaldía no se produjo por haber ganado las elecciones, ni siquiera por haber alcanzado un acuerdo con otras fuerzas políticas para gobernar. Los motivos fueron mucho más excepcionales. El anterior alcalde fue detenido en el marco de una investigación penal por corrupción en el Ayuntamiento. En esta situación, nadie se atrevía a apoyar como alcalde a otro concejal del Partido Popular pues nadie tenía claro quienes podían estar implicados en esa trama de corrupción.

En estas circunstancias, lo lógico hubiera sido constituir un gobierno de concentración, en el que se implicaran distintas fuerzas políticas, con un programa mínimo para culminar el resto de legislatura. Sin embargo, no fue así. Los grupos de la oposición se limitaron a votar a Cuenca como alcalde, sin asumir ningún compromiso ulterior. Por tanto, debía gobernar con el apoyo de sólo 8 de los 27 concejales que conforman el Ayuntamiento.

Resulta absurdo pensar que con menos de un tercio de los concejales puede desarrollarse un programa de gobierno. El gobierno municipal sólo podía abrir las ventanas y atender a la situación de bancarrota económica tras muchos años de clientelismo y despilfarro. Lo sorprendente es que ni siquiera en esa tarea ha contado con la mínima árnica del resto de grupos políticos. Las pocas decisiones importantes que ha podido sacar adelante han sido gracias a la división interna del Partido Popular. Desde la "auténtica izquierda" el cambio en Granada no ha recibido ningún aliento. Puentedura vaga en solitario sin encontrar su identidad, cuando podría aportar mucho por su experiencia; y Vamos Granada continúa instalada en su política "happy flower", planteando políticas de gasto en busca de titulares sin un mínimo rigor. En la derecha, acabamos de asistir al esperpento de la reunión entre Sebastián Pérez y Luis Salvador. Si de ella hubiera resultado un acuerdo para conformar un gobierno estable la podría entender. Sin embargo, parece evidente que se trata de una mera maniobra política en la lucha interna por el poder en el Partido Popular, que nada aporta a Granada. Me sirve, en todo caso, para reforzar la impresión que tengo desde hace meses. En Granada hay ocho concejales trabajando sin descanso en unas condiciones casi imposibles mientras otros diecinueve están anteponiendo sus intereses de partido en lugar de arremangarse para resolver los problemas de la ciudad.

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