No sin los estudiantes

En mis tiempos de estudiante corríamos delante de los grises, ahora lo hacen de la Policía por hacer botellón sin mascarilla

Lo que son las cosas. En mis tiempos de estudiante corríamos delante de los grises porque queríamos el cambio político en España. Ahora los estudiantes corren delante de la Policía porque están haciendo el botellón sin mascarilla y no quieren ser multados. Me lo contó el otro día mi amigo Paco Sánchez-Montes, que estaba el sábado pasado sentado con unos amigos en una terraza de la calle Varela cuando escuchó el ruido de una sirena policial. Un numeroso grupo de adolescentes con sus litronas y sin mascarillas pasaron por allí a la carrera perseguidos por la Policía. Aquellos estudiantes consiguieron despistar a los miembros de las fuerzas de seguridad y se fueron de 'miradores' al Albaicín a seguir con el botellón.

Los jóvenes, en general, no le tienen miedo a la pandemia. No piensan que este mundo en el que los mayores zozobran sea el suyo. Saben que contagian, pero que ellos son inmunes. Dice mi colega Antonio Enrique en su último libro que los jóvenes de hoy se preparan para un mundo nuevo pero vueltos de espalda a la generación anterior. No lo dicen, pero lo sienten. "De nosotros han heredado un mundo que no sienten como propio; un mundo donde las oportunidades de escapar a lo precario son altamente improbables. Y nos sienten como usurpadores de su bienestar", afirma Antonio Enrique.

¿Tan mal lo hemos hecho? Por lo pronto los hemos llamado de todo: inconscientes, irreflexivos, descerebrados, insensatos, imprudentes… porque muchos se pasan por el forro de los pantalones las normas establecidas contra la pandemia. Y seguramente por eso nos desafían. Pero creo que ha llegado el tiempo de la comprensión mutua. Tal vez haga falta hacerles ver que somos tan necesarios como ellos para el futuro que se avecina. Aquí no pueden faltar los estudiantes, los de aquí y los miles que vienen de fuera. Han comenzado las clases en la Universidad y se ha conseguido que sean presenciales en la medida de lo posible. Muchos profesores apostaban por las clases online, pero Granada es una ciudad universitaria y necesita de la presencia física de su alumnado para no quedar desfigurada. Sin los alumnos por las calles y sin turistas, Granada sería una ciudad totalmente muerta. Tras el confinamiento voluntario y lógico de muchas personas con miedo, las urbes necesitan la alegría de los que se sienten inmunes. Y así tendremos que aprender a convivir.

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