Perdiendo el norte

La gente

Estamos construyendo una sociedad donde las personas no importan: solo importa la gente. Así, en global

El lenguaje es poderoso y revelador. Cómo llamamos a las cosas o por qué usamos unas expresiones u otras define momentos políticos e incluso sociales.

Ahora que llega el verano, comienza la guerra del aire acondicionado en las oficinas. La causa, muchas veces, está basada en convencionalismos que no me atrevo a calificar; pero que se resumen en que un hombre debe acudir a trabajar con traje y corbata. Esa tontería en la diferencia de atuendo es la misma que lleva a imponer el criterio de que un político (hombre) no puede ser llamado por su nombre coloquial de pila. Así en un mismo párrafo periodístico nos encontramos machaconamente con que el candidato del PSOE a la alcaldía de Granada se llama Francisco. Ese criterio es fruto de una sesuda reflexión que dice que un periodista debe ser serio hasta en los nombres. A continuación, el nombre de la candidata del PP, por arte de magia, se convierte en el mismo párrafo en Marifrán, cuando en su carné de identidad pone María Francisca. ¡Cuche, como el del otro!

Quienes caemos en estas cosas somos los mismos que abusamos de la palabra ‘gente’. Cuando era chico, mi madre no quería que usará el vocablo. Lo mismo que en los pueblos se utilizaba ‘bicha’ para evitar ciertos reptiles, ‘gente’ era sinónimo de la presencia de escarabajos. ¡Es cierto! Por lo menos, en mi casa.

Hasta hace unos 15 años, el sustantivo ‘gente’ era utilizado para designar a una masa indeterminada de personas. Pero ahora algunos la utilizan para todo.

Generalizar el uso de la palabra ‘gente’ no es casual. Nos evita comprometernos y nos evita pensar. Un político, antes, se comprometía con sus vecinos, con los electores, con grupos concretos de personas que necesitan soluciones concretas. Ahora, se compromete con ‘la gente’ vagamente ¡y tan pancho!

Como lo que no se nombra termina por no existir, el hecho de que un político, un periodista, o cualquier persona que utilice un discurso público, utilice ‘gente’ en vez de otro vocablo más concreto, termina por evadirnos a todos de la realidad.

Siempre que lo escuches, a partir de ahora, piensa un momento y ya verás cómo es posible sustituir la palabreja por algo más concreto y comprometido.

Quizás es una reflexión poco elaborada, pero creo que –en el fondo– el uso generalizado de ‘gente’ es un signo de los tiempos y de esa nueva sociedad que estamos construyendo donde las personas no importan: solo importa la gente. Así, en global.

Los vecinos reclaman, exigen; la gente, no. La gente solo hace bulto. Lo bueno es que, por el momento, algunos utilizan ‘gente’ por falta de compromiso o por no tener capacidad de usar mejor nuestro rico lenguaje. Espero que nadie utilice esa palabra por desprecio y, en realidad, nos quiera tan poco que nos considere una comunidad de escarabajos.

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