Esa es la cifra, un grado y medio de temperatura es el margen máximo de subida que los países del mundo se comprometen a no alcanzar. La cuestión es esta: la pelota se nos está yendo, el calentamiento global no es ninguna entelequia, los combustibles fósiles -fuente de energía para la inmensa mayoría del planeta- son causa principal del problema y estamos perdiendo el tiempo en un preludio burlón del futuro (no-futuro) global que nos espera.

La cumbre del clima cerró sus sesiones con un acuerdo de mínimos que sirve para poco y, lamentablemente, poco ya no es ni siquiera algo en el contexto que nos movemos. Estoy convencido de que los impulsores de esta cumbre, las personas que desde Naciones Unidas están viendo las orejas al lobo, habrán sido unos batalladores incansables para lograr algo que de verdad sirva, pero la urgencia competitiva de los países más contaminantes lo impide. Los estudios científicos más reputados señalan que el problema ambiental es ya catastrófico, pero que será potencialmente irresoluble si la temperatura del planeta sube dos grados más. Por eso, el límite de un grado y medio como subida tope aparentemente comprometido es el titular de la cumbre. La frustración de la cumbre reside en la ausencia de cimientos para lograrlo.

Para abortar un fracaso absoluto que no contuviera la cifra, ni siquiera como consideración deseable (que es básicamente lo que es, en un alarde de torpeza extraordinaria, si no debe subir, que no suba debería ser esencial y situar el objetivo en que bajase la temperatura actual), se ha parido un acuerdo susceptible de firma, que suprime la eliminación progresiva del carbón por su reducción progresiva, o sea que seguirá, o que urge a los países ricos a doblar la ayuda financiera a los países en vías de desarrollo, eufemismo que sostiene la doble vara de medir mundial, sin mecanismos de control ni evaluación crítica de consecuencias, por ejemplo. Visto así, ante la amenaza de cerrarlo diciendo "Hola, mundo, somos incapaces de conseguirlo", firmar este papelito mojado se ha vendido como un logro. Al menos, Guterres no ha abdicado del todo en su responsabilidad y ha declarado que los pasos dados (más que pasos, tambaleos) se tienen por dados, pero que estamos al borde de la catástrofe climática.

Yo no soy agorero, pero me tengo por concernido para seguir viviendo en la medida de mis posibilidades. La cumbre ha durado dos semanas, la presencia de los grandes líderes mundiales fue ciertamente rimbombante al final de la primera, pero a la vista de lo que se venía en lo alto (el compromiso muy endeble, poco serio, con la gravedad del problema) ni uno solo sale en la foto, porque, sencillamente, no hay foto. Metáfora cruel: no la hay, porque lo hecho no vale, del mismo modo que, de seguir así, no harán falta más cumbres planetarias, porque no habrá planeta. Con estos nos quedan dos telediarios y no nos cuentan que ya estamos viendo uno.

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