La ley del deseo

Hablamos de negar el sexo biológico, una realidad sobre la que se construye la opresión de los hombres sobre las mujeres

Esta misma semana se ha celebrado (no en todas partes con la misma intensidad) el Día Internacional del Orgullo. Ese por el que tanto y tantas personas lucharon durante tanto tiempo. Muchas de esas personas, desde el feminismo.

Y en torno a esa fecha ha pasado por el consejo de ministros una de las leyes que más ruido han generado en los últimos años, cuando ya creíamos que cualquier derecho humano iba a gozar del apoyo de todas las fuerzas políticas, sean de la ideología que sean.

En el caso de la llamada 'ley trans' es tanto el ruido mediático que se hace difícil saber de qué estamos debatiendo. ¿Lucha de poder entre distintos ministerios? ¿Enfrentamientos soterrados en la coalición gubernamental? ¿Feministas radicales frente a transfeministas? ¿Clásicas contra modernas? Un verdadero barullo.

Y detrás de todo ese ruido, un caballo de Troya. Esta ley (como otras ya aprobadas en distintas autonomías) no solo plantea la defensa de los derechos para un determinado colectivo, sino un verdadero cambio de paradigma que tendrá, inevitablemente, consecuencias.

Estamos hablando de negar el sexo biológico, de despreciar que es una realidad sobre la que se construye la opresión de los hombres sobre las mujeres.

Toda persona que sufra cualquier discriminación debe ser protegida por las leyes. Pero esas leyes han de garantizar la seguridad jurídica, de las personas a las que proteja y del resto de la población. Desde ese punto de vista, aceptar la autodeterminación de género (término que no aparece en el borrador, pero que se aplica 'de facto') o de sexo por la sola expresión del deseo individual es, cuando menos, incierto.

Haciendo una reducción al absurdo: nadie aceptaría que una persona se autodeclarara gitana por su simple deseo, por mucho que argumentara sentirse identificada, oprimida, marginada… y aún menos se aceptaría que, de esa sola declaración, pudieran derivarse consecuencias legales. Es un ejemplo disparatado, pero equiparable.

Lo peor de todo es que esta batalla está fraccionando de forma contundente el movimiento feminista. Y lo está haciendo en base a supuestos (como los que se engloban bajo la llamada 'teoría queer') que se alejan del pensamiento racional y de la teoría ilustrada que el feminismo lleva construyendo desde hace siglos, supuestos que parecen venir directamente de postulados neoliberales y posmodernos en los que la subjetividad se convierte en la media de todas las cosas.

Son tiempos duros para las feministas. Ahora, como siempre, hemos de seguir defendiendo los derechos de cualquier minoría. Pero es importante no olvidar que los deseos no deben convertirse en derechos.

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