Mi odisea para votar por correo

Ante la perspectiva de esperar otra hora más, decidí marcharme indignado y hacer otro intento más adelante

Aunque de la política no participo de forma activa desde hace bastantes años, siempre he considerado una obligación como ciudadano ir a votar en cualquiera de los comicios, celebrados en nuestro país. En el caso de estas últimas elecciones generales, convocadas en una fecha tan atípica como inoportuna, y dado que pretendía disfrutar de ese fin de semana, desplazándome fuera de Granada, solicité el voto por correo, con mucha anticipación. El anuncio del Gobierno de que se iba a facilitar en gran medida la posibilidad de votar por esta vía, reforzando las plantillas de las oficinas de Correos, para garantizar este derecho fundamental, me animó en gran medida a elegir esta forma de votar. En principio, todo parecía rápido y sencillo (se puede solicitar con tu certificado electrónico). Desafortunadamente el día que el cartero trajo la documentación a casa, estaba trabajando y dejaron un aviso para que la recogiera en la oficina de correos más próxima a mi domicilio. La verdad es que suelo estar bastante ocupado durante el día, entre el trabajo y mis obligaciones familiares, pero decidí emplear parte de mi ‘valioso tiempo’ en este trascendental trámite. Cuando llegué a la oficina postal, mi primera decepción: la fila de personas salía de la oficina al menos 15 metros fuera, en la calle. Dos personas atendiendo en dos ventanillas. Me pregunté donde estaría el refuerzo de personal que anunciaron. Para colmo un calor asfixiante un medio día de julio, hacía la espera insoportable. Como ya tenía claro la opción a la que quería votar, le pregunté a la funcionaria si podía emitir el voto en el mismo mostrador donde recogía las papeletas y efectivamente esto era posible, lo cual me tranquilizó, pues solo tendría que hacer una cola. Tras dos horas de espera, restaban aún unas 15 personas por delante mía, todos esperando fuera, bajo aquel calor abrasador. Así las cosas y ante la perspectiva de seguir esperando otra hora más, decidí marcharme indignado y hacer un nuevo intento más adelante. En este caso fui más precavido. Calculé que a las tres de la tarde habría menos gente en espera y cuál fue mi sorpresa cuando al llegar, la oficina volvía a estar colapsada. Una hora y media tardé en depositar mi voto. Salí de allí con la satisfacción del deber cumplido y extrañamente eufórico, seguramente por la dificultad de la empresa. Mas pensé ¿habrá merecido la pena?

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