El olor de los tontos

El otro día olí a un tonto que, con la que está cayendo, el muy gilipollas estaba preocupado por su colesterol

Les voy a contar un secreto en voz baja: tengo superpoderes, soy capaz de oler a un tonto a cien metros de distancia. Ustedes me preguntarán ahora a qué demonios huelen los tontos. Les diría que tienen un tufo inclasificable que solo lo pueden percibir los que tienen superpoderes como yo. A veces el olor a tonto en Granada es insoportable. El otro día olí a uno cuando tomaba un café en la plaza del Campillo. Estaba sentado el gachó detrás de mí. De pronto me vino su miasma. Tate, me dije, aquí detrás tengo a un tonto. Miré de reojo y vi a dos personas, más cerca de los sesenta que de los cincuenta. Uno era de bigote amplio y rechoncho de formas. El otro tenía barba semítica y tampoco estaba falto de kilos. Enseguida reconocí al tonto. Cuando se puso a hablar. Le estaba contando a su colega un problema que tenía con el Centro de Salud de su barrio. Estaba indignado porque, según decía, le estaban toreando porque él quería que le hicieran un análisis de sangre y no le daban cita. Decía que creía tener los niveles del colesterol altos y el de las transaminasas y que tenían que hacerle cuanto antes un análisis de sangre. Con la que está cayendo y el muy gilipollas estaba preocupado por sus niveles del colesterol. Pensé que lo mismo que hay tontolabas, tontos de remate, tontos del bote y tontos de Coria (el que hizo un puente por el que no pasaba el río), aquel podría inaugurar el apartado de tontos del colesterol.

Luego la emprendió con el sistema de vacunación contra el covid que se está empleando. Le contaba a su amigo que él había tenido hacía unos años un soplo -así lo llamó- en el corazón y que por eso tenían que haberlo llamado ya porque, según él, era una persona de alto riesgo y debían de haberlo vacunado incluso antes que a los profesores y que a los propios sanitarios. La cantidad de sandeces que decía era igualmente proporcional a la verborrea que empleaba para convencer a su amigo de que todo el sistema público de salud funcionaba mal porque no se ponía todo entero a su servicio y a sus intereses.

Harto de oír gilipolleces, decidí pagar el café e irme. Antes de hacerlo descubrí que aquel tonto, además de oler a lo que todos los tontos, llevaba en la cabeza un gorrito de lana en forma de cono. Además de tonto del colesterol era tonto de capirote. Jajajajaja.

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