Esta boca es tuya

Antonio Cambril

cambrilantonio@gmail.com

Los olvidados

El dinero de tu cuenta corriente es directamente proporcional al de tu presunción de inocencia

La noticia que cifra en un 15% el aumento de las agresiones en el Centro Penitenciario de Albolote apenas ha tenido eco en la calle ni en las redes sociales, como no lo han tenido el reciente asesinato de un preso o la muerte de otro por sobredosis de heroína. Los hechos, sin embargo, son inquietantes y revelan una despreocupación extrema y un concepto equívoco de la justicia, que no es siempre lo que dicta un juez. Las experiencias juveniles, las lecturas de historia y, muy especialmente, la de una novela, Los miserables, cuyo protagonista pasa la vida penando y huyendo por un crimen que no cometió, me convencieron bien pronto de que la cárcel es uno de los hogares de la pobreza, también de la desgracia, y de que no todos los que se encuentran en ella son personas peligrosas o incapacitadas para la convivencia pacífica. El ejercicio durante casi tres décadas de la profesión periodística me hizo comprender después que el dinero de tu cuenta corriente es directamente proporcional al de tu presunción de inocencia. Ya hubo clásicos que identificaron la justicia con la conveniencia del más fuerte. Y el poeta estadounidense Robert Frost lo refirió con meridiana claridad: "El jurado está compuesto por doce personas elegidas para decidir quién tiene el mejor abogado".

¿Es esto un canto al hermano preso? ¿Quiero decir que todos, o la mayoría, de los privados de libertad son seres angelicales con la suerte esquiva? ¿O víctimas de una adicción? ¿O padres movidos por la desesperación? ¿O chavales que no pisaron el freno a tiempo en una gamberrada? No. En la cárcel hay gente que lo merece porque supone un riesgo para la sociedad y porque si no temiese el castigo delinquiría una y otra vez en beneficio propio y en perjuicio ajeno. Pero incluso esos no tienen por qué sufrir tortura ni mucho menos perder la vida a destiempo y a manos de un compañero en un país que presume de no aplicar la pena de muerte. Y muerte es lo que sufrió el hombre al que le clavaron unas tijeras el pasado 29 de junio. Y la otra muerte, la ocurrida por sobredosis hace apenas unos días, mueve a sospechar que la heroína sigue entrando con facilidad en los penales. La concepción de las cárceles como meros centros de venganza social y hacinamiento en los que cada cual paga la suerte que se merece supone un enorme déficit civilizatorio. Descuidar a los que están dentro, desinteresarse absolutamente por ellos, hace peores a los de fuera.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios