Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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El orgullo de un sapiens

Muchas de las actividades del Día del Orgullo Gay perjudican al movimiento y banalizan el sufrimiento

Guay! Qué orgulloso estoy de mí mismo. Y sin muchos motivos, pero como tengo escasa vida interior, olvido las heridas narcisistas que la vida me ha infligido y que, a veces, me dejaron baldado: la de la vida, la del amor, la de la muerte. Las mismas que marcaron a Miguel Hernández. Y por si fueran pocas, llega Freud y, ¡hala!, tres más: la herida cosmológica -no soy el centro del universo-, la herida darwinista -procedo del mono-, y la herida sicológica: ni siquiera soy dueño de mí mismo. Pese a todo, como soy un ser único en el universo, me siento muy orgulloso de mi persona. Lo jodido es que últimamente me he enterado de que hay muchos tipos a los que me parezco. Ayer me confundió una mujer con su ginecólogo y me espetó en plena calle: "Doctor, que tengo 25 días de retraso, a ver si estoy preñada". Otra herida más. Pero como cada vez me siento más especie y menos género, remonto vuelo cuando me da por pensar, con orgullo, que soy nada más y nada menos que un homo sapiens, así, por la cara, desde que nací, sin haber tenido que currarme lo de la sabiduría, como si fuera un niño de la ESO; ni subirme en el techo de un autobús el día del Orgullo Gay ni he pisado jamás un gimnasio ni pude hacer la milicia universitaria porque no era capaz de saltarme el potro ni de subir la cuerda de cinco metros con nudos. Sí estoy orgulloso de haber asistido en Madrid al primer día del Orgullo Gay, compartí con muchas parejas de homosexuales maduros el asombro y el susto ante tanta algarabía musculada y aceitosa. Percibí en ellos cierta tristeza: a sus espaldas, años de persecución y de desprecio. Tampoco me he calzado jamás el coturno de una 'drag queen', y, a lo más a lo que me atrevo, es a ponerme una camisa de flores de hibisco de Kiabi. Sí estoy orgulloso de no haber contribuido a banalizar el dolor de los que se sienten distintos con fuegos de artificio y costosas performances. Y con experimentales teorías de género que, prescindiendo de la biología, engañan a las víctimas de la discriminación sexual, haciéndoles creer que es posible partir de cero. Inaugurar el mundo: adanes y evas que nunca hubieran sido expulsados del paraíso. En el que un día eligen coquetear con la serpiente, otro, tragarse una manzana o cambiar de género a demanda.

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