Los nuevos tiempos

César De Requesens

crequesens@gmail.com

La sierra ‘Nevada’

Pones las noticias y casi te dan ganas de tirarte al monte o retirate a un convento

Ciertas cosas en esta ciudad le devuelven a uno sensaciones parecidas a aquello que un día conocíamos como normalidad y que, con este mundo extraño y hostil que vamos día a día edificando, cada vez resulta más difícil encontrar.

Supongo que a muchos les ha pasado que ese levantarse un domingo de este invierno que ya acaba fue distinto al salir a pasear en día soleado y de repente contemplar la diadema de nieve de la Alhambra dibujarse majestuosa sobre el horizonte azul. Seguramente también les habrá reconfortado íntimamente y serenado al poder descansar su espíritu en algo habitual por conocido.

Sí. La Sierra de siempre estaba blanca no, refulgente de blanco, como si de repente de noche se hubiera buscado unas sábanas con edredón níveo para taparse del sol que ya comienza a calentar de más por estos lares en que se anuncian a redobles de tambor y sones de corneta la Semana Santa.

Serena el ánimo, si. Y se te esboza una sonrisa en el rostro. Y te detienes en medio del paseo para respirar profundo ese oxígeno de eternidad que echabas de menos ya. Hay veces que confirmas que vivir en Granada no fue algo azaroso, sino una voluntad de permanencia, una militancia en apreciar que lo intangible merece sus sacrificios. Tan alta belleza cotidiana a tan bajo coste debe tener este alto precio de soportar muchas veces lo insoportable.

Está siendo efímera y casi excepcional la normalidad de un tiempo a esta parte. Pones las noticias y casi te dan ganas de tirarte al monte o retirarte a un convento. No reconoces ya casi los parámetros elementales que te permitían distinguir entre la cordura y la locura, la realidad de la ficción, la sensatez del disparate. Cada vez cuesta más, ya lo saben, separar al honesto del mentiroso profesional. Desanima militar entre los buenos cuando ves que los orcos se están devorando lo que quedaba del buen sentido.

Por eso es necesaria esa blancura en el horizonte. Para recordarnos que ahí lleva repitiéndose por siglos el milagro de la alternancia de las estaciones. Y vuelves a casa conforme y sereno con la certeza de que ya los romanos o los árabes o los primeros cristianos debieron sentir algo parecido en mitad de sus zozobras. Porque hay eternidades en un dia, a veces blancas y a veces deliciosamente frías.

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