El verano de mi vida

"Cada verano, en agosto volvía el gusanillo de regresar a Granada"

  • luis salvador Es diputado de Ciudadanos en el Congreso y portavoz de Ciudadanos Granada. Aunque nació en Córdoba, lleva toda una vida vinculado a la ciudad a la que regresaba cada estío en tren junto a su familia, a la calle la Colcha, para disfrutar de los rincones más emblemáticos.

"Cada verano, en agosto volvía el gusanillo de regresar a Granada"

"Cada verano, en agosto volvía el gusanillo de regresar a Granada"

Todos hemos tenido algún verano especial, o varios, por donde hemos viajado, por el lugar del viaje, o por la persona que nos acompañaba o a quienes conocimos allí. Pero en mi caso más que un verano, lo que durante una época de mi vida fue verdaderamente especial era la llegada del mes de agosto. El momento, en el que acompañado de mi madre y hermanos, hacíamos rápidamente la maleta deseando irnos a la estación de Atocha. Durante toda esa noche tocaba viaje. Desde el primer movimiento de los vagones a las diez de la noche, hasta la última frenada en la estación de la avenida de Andaluces a las ocho de la mañana.

Hay personas en Granada que piensan que yo vine de Córdoba porque circunstancialmente nací allí, lo que me acompañará toda mi vida en el DNI, pero es Granada la ciudad que debiera haberme visto nacer. Mi madre, hija de Lucía, segoviana de Cantimpalos, y de Luis García Planelles, barcelonés que se trasladó a Madrid con la inauguración del periódico Ya, viniendo poco después a Granada para ejercer como jefe del fotograbado de otro importante periódico granadino, cuando las fotografías periodísticas eran pura artesanía. Y mi padre, de apellido Salvador, con ascendencia familiar de Cúllar, en la zona Norte de nuestra provincia. De recién nacido tras breves meses en Córdoba viví mis primeros años en Granada, entre los cuatro y los dieciocho en Madrid y ya desde entonces definitivamente aquí.

Recuerdo el traqueteo del tren al regresar a Granada, las ventanillas y el olor a carbonillaCada verano también paso unos días en la playa de San Cristóbal en Almuñécar

Pero volvamos un poco atrás. Con mi madre, ejerciendo de padre a la vez, cada año con la llegada del verano el gusanillo entraba en nuestra casa deseando sobre todas las cosas nuestra vuelta a la calle de la Colcha para disfrutar de la ciudad de la que nos sentíamos parte. Antes un mes de preparativos e ilusión hasta cargar las maletas en la parte de arriba del vagón del tren Madrid-Granada. Recuerdo esos viajes como realmente emocionantes, unas veces viajábamos en segunda y alguna otra en literas lo que realmente era un motivo para celebrar. Recuerdo ese traqueteo del tren, ese mirar por las ventanillas aún en la noche, ese olor a carbonilla, esa llegada a cada estación donde se paraba unos minutos, hasta que se oía por los altavoces "viajeros al tren" para avisar de que reanudábamos la marcha y nos podíamos quedar en tierra. Recordando especialmente cuando, ya más cerca de nuestro destino, creo que en la estación de Loja, bajábamos y nos tomábamos una Puleva y una Maritoñi como frontera natural de que estábamos en casa.

Al salir de la estación recuerdo pasar junto a la Fuente del Triunfo a la que volveríamos por la noche para verla con sus luces de colores iluminando el agua, para a continuación tomar una curva en el Padre Manjón y encarar Gran Vía hasta la calle de la Colcha. Esos lindos besos a mis abuelos, pronto sólo a mi abuela, para tras dejar las maletas y antes de abrirlas siquiera bajar rápidamente a la pequeña plazoleta de Monjas del Carmen para ir a saludar a mis amigas las monjitas carmelitas a las que nunca vi. Nos comunicábamos a través de un torno por donde hablábamos, me pasaban las notas de lo que les tenía que ir a comprar y me regalaban dulces como compensación. Durante un mes lo hacíamos a diario. En ese primer día quería recorrerlo todo, por lo que después de decirles que ya estaba en Granada, corretearía por esa misma calle hasta salir a la cuesta de la Alhambra, unas veces subir hacia sus bosques, otras bajar a Plaza Nueva donde mi abuelo Luis me compraba todos los domingos mis primeros tebeos en alguno de sus dos puestos de periódicos. Pasar a la Calderería, y subir su cuesta empedrada, era revivir y vivir, volverme a sentir niño en mi ciudad. Esa misma tarde nunca perdonábamos nuestro helado en Los Italianos. Otro día tocaría Capitanía, el Zacatín, Bib-Rambla y mil lugares mágicos más. Pero no quiero olvidar lo que suponía también bajar a Almuñécar con el Seat 600 de mi tío por la carretera de la Cabra, otro viaje interminable pero igual de emocionante que el del tren. Kilómetros de curvas, náuseas si no habíamos tomado la Biodramina, hasta llegar a la playa de San Cristóbal en el municipio sexitano, donde sigo yendo todos los veranos con mi mujer e hijos a pasar algunos días. Viniendo de Madrid, mojarme en agua salada y nadar un poco, como aprendí un verano en un curso con los niños de la colonia de la Diputación Provincial, era todo un lujo. Y así hasta los 18 años cuando llegué, esta vez para siempre, conocí ese mismo año a la que hoy es mi mujer Lola Vellido, nos casamos y tuvimos a nuestros hijos Luis y Natalia. Estos ya con DNI granadino igual que su madre.

A pesar del suplicio, todavía en 2018, de nuestra comunicación por ferrocarril, pronto nuestros hijos y nietos podrán conectar cómodamente con la capital de España en unas breves horas. Así como, tras soportar innumerables años de atascos, veranos de conos, tercer carril y un encomiable trabajo de nuestra Guardia Civil, hoy disfrutamos nuestra autovía a la Costa Tropical. Igual que nos fue negada durante muchos años la A-7 que terminaba en Adra y Nerja dejando marginada a Granada una vez más. Hoy también ya es una realidad.

Vivimos en la época de los móviles con conexión a internet y con impresionantes cámaras digitales, de 'San Google' y otras aplicaciones que nos permiten viajar y conocer mundo sin movernos, pero no deberíamos nunca renunciar a vivir las sensaciones mágicas de un viaje, de conectar ciudades distintas, países distintos, donde las mismas personas vivimos vidas distintas. Viajar reconociendo olores, sonidos e imágenes que se nos queden grabadas para siempre, viajar para abrazar a quienes no vemos durante todo el año pero siempre llevamos con nosotros. Si así lo hacemos, todos y cada uno de ellos, será siempre el verano de nuestra vida.

No quiero terminar sin dar las gracias a Granada Hoy por darme la oportunidad de revivir esa etapa tan especial de mi vida hasta que con 18 años me reencontré definitivamente con mi querida Granada. Y esta vez para siempre. Feliz verano a todos.

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