Crítica

El Ballet Nacional de España recupera la mítica figura de la Bella Otero en una propuesta escénica llena de color para el Festival de Granada

El Ballet Nacional de España recupera la mítica figura de la Bella Otero en una propuesta escénica  llena de color para el Festival de Granada

El Ballet Nacional de España recupera la mítica figura de la Bella Otero en una propuesta escénica llena de color para el Festival de Granada / Toni L. Juárez

El Festival Internacional de Música y Danza de Granada inauguró en la mágica noche de San Juan su ciclo de danza en el Generalife con La Bella Otero, la primera obra argumental creada por Rubén Olmo para el Ballet Nacional de España desde que en 2019 asumiera su dirección. El espectáculo es un homenaje a Carolina Otero, la mítica bailarina que cautivó al mundo a comienzos del siglo XX y que cosechó una larga lista de amantes, entre los que se encontraban varios miembros de las cortes europeas.

La propuesta escénica y coreográfica que Rubén Olmo ha concebido para La Bella Otero es una apuesta inteligente por un concepto de ballet en el que la danza se pone al servicio de la narrativa, algo que resulta estimulante y que lo dota de contenido. El trabajo de documentación del propio director y del dramaturgo Gregor Acuña-Pohl se hace evidente en un espectáculo de más de dos horas que recorre la biografía de la bailarina Carolina Otero desde sus orígenes en una localidad rural de Pontevedra hasta cosechar el éxito mundial como la principal estrella del Folies-Bergère parisino. El tránsito por varias décadas, decisivas para la definición de la Europa contemporánea, y la localización de la acción en distintos escenarios es aprovechada para mezclar un heterogéneo grupo de estilos tanto en el baile como en la música, dotando de variedad y diversidad la escena.

A nivel coreográfico, la propuesta de Rubén Olmo es muy interesante, y tuvo momentos de gran belleza y calidad; no en vano, el Ballet Nacional de España es uno de los conjuntos mejor valorados del panorama de la danza española. Los inicios de La Bella Otero son muy impactantes y atractivos: la coreografía grupal de aires folklóricos durante la romería de la Virgen de Valga fue un magnífico arranque, con una composición grupal compleja y muy dinámica que rinde homenaje a la rica tradición popular gallega. Desde el primer momento se hizo patente la disciplina y calidad del conjunto; su versatilidad se demuestra, además en el hecho de que se recorre un amplio número de disciplinas y estilos, desde los bailes folklóricos al flamenco, y desde el Charleston a la danza contemporánea.

En el centro de la escena destacó sin lugar a duda la bailaora Patricia Guerrero, una de las figuras más relevantes del flamenco más vanguardista; su elección para interpretar a Carolina Otero es todo un acierto, y su versatilidad y maestría se hicieron patentes en todas y cada una de sus realizaciones, destacando el número de canasteros o su baile con mantón en la escena del café cantante.

Ver a Patricia Guerrero en movimiento no solo es un disfrute para los sentidos, sino que además constituye un estímulo intelectual que nos recuerda cuán amplio e importante es el patrimonio español en lo que a la danza se refiere, incluso en los momentos en los que su tipificación dentro del contexto de los espectáculos de viarietès lo convierten en una caricatura kitch ajena a su verdadera esencia. Cabe destacar igualmente junto a la bailaora la presencia de Maribel Gallardo como Madame Otero, la versión madura y descargada de glamour, que sin embargo es quien, a modo de nostálgico recuerdo, rememora los distintos episodios de su vida y da pie a la narrativa del ballet.

En lo musical el espectáculo hace aguas en varios momentos, y en gran parte la partitura es la culpable de que la propuesta de Rubén Olmo no llegue a agradar a los sentidos y al intelecto por partes iguales, como debería de ser. En primer lugar, los números musicales son desiguales en su calidad, y no siempre se consigue con eficiencia potenciar las referencias musicales al folklore o a la música de salón que se pretende, ya sea como elemento expreso o como música de ambiente, quedando enturbiadas dichas citas por arreglos musicales de dialéctica pretenciosa y por una megafonía que no ayudó a su correcta percepción. En segundo lugar, los escasos números vocales interpretados en directo distaron mucho de los estándares de calidad que se podrían esperar en un espectáculo de esta envergadura; llama la atención el hecho de que se utilice música grabada para todo el ballet y, sin embargo, no se acuda a una buena grabación de los números vocales, exponiendo a los bailarines a un ejercicio de interpretación para el cual no están preparados.

Aun así, pese a las carencias musicales descritas y al detrimento del interés y creatividad en favor de cierta concesión a los tipismos en la segunda parte del ballet, el resultado final fue del agrado del público, y en la noche de San Juan el Festival de Granada ofreció como tributo a la danza una velada en la que la mítica Bella Otero regresó a los escenarios más viva que nunca.

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