Javier Benítez, poeta

Javier Benítez: “La inteligencia artificial nunca tendrá la capacidad de estremecerse al dar con un verso inesperado”

Javier Benítez: “La inteligencia artificial nunca tendrá la capacidad de estremecerse al dar con un verso inesperado”

Javier Benítez: “La inteligencia artificial nunca tendrá la capacidad de estremecerse al dar con un verso inesperado” / R. G. (Granada)

Javier Benítez Láinez nació en Estepona pero vive en Granada desde 1987. Es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Granada. Sus poemarios tienen varios premios. Fue fundador y director de la revista universitaria Letra Clara y fundó y presidió la Asociación Cultural Diente de Oro, dedicada a la difusión de la obra del poeta Javier Egea. Trabaja como docente de Español como Lengua Extranjera desde 1998. La editorial Esdrújula acaba de publicarle Baile de disfraces, un libro que invita desde la poesía a comprender los procesos de la realidad desnuda.

-Su libro lleva el título de Baile de disfraces. Dígame por qué.

-El libro transcurre durante la última noche de carnaval, el martes de carnaval. Está estructurado en torno a los disfraces y dividido en seis partes. Comienza con una invitación al baile, donde se describe una atmósfera urbana como escenario en el que se desarrollarán los poemas. Las siguientes dos partes corresponden a los disfraces en sí, tanto los de carnaval como los de la cuaresma, y son disfraces tras los cuales se esconde la hipocresía del ser humano al actuar en nuestro día a día de una manera que a veces no encaja con lo que anunciamos que somos.

-Luego vienen más partes.

-Sí. La cuarta parte titulada Máscaras son cinco ovillejos de corte cervantino. La quinta, probablemente, es la que contiene los poemas de más peso del libro y lleva por título Las sombras, un conjunto de ocho sonetos y otros cinco poemas que representan lo que las sombras pueden darnos; por ejemplo, alivio durante los días más áridos del verano, pero también aterrorizarnos como las tinieblas que silenciosas a veces asoman por las casas sin que logremos saber de dónde proceden. Se cierra con dos poemas de estructura clásica recogidos bajo el nombre de Fin de fiesta.

-Dice usted en la introducción que ha tardado 30 años en escribir los 45 poemas del libro.

-Sí, fíjese, si hiciésemos las cuentas saldría a poema y medio o un soneto largo por año. Siempre he sido un poeta lento. Por eso he publicado tan poco.

-De todas maneras, usted ya ha publicado otros libros.

-Sí, claro. Mi primer libro lo publiqué en 1991, y desde entonces he acabado tres libros más. A ver, Baile de disfraces son poemas que han ido acumulándose a lo largo de los años, y que si hubiese sido por mí habrían seguido creciendo hasta que mi sombra hubiera dejado de verse. Pero hace ya más de un lustro que mi editora empezó a decirme que le gustaría publicarme, tenerme en la nómina de sus poetas esdrújulos. Y aunque yo no hice más que poner resistencia y excusas, al final me arrancó el compromiso.

-La noche en fiesta devuelve a la memoria y la nostalgia de días más felices. Lo dice usted en un poema.

-Es cierto. Muchas veces lo que buscamos en la noche, en la fiesta, en el baile, en el carnaval son rememoraciones de momentos, casi siempre asociados a la infancia o la adolescencia, en los que fuimos felices, o que así queremos conservarlos en nuestros recuerdos.

-Usted fue el fundador de la Asociación Diente de Oro, dedicada a la difusión de la poesía de Javier Egea. ¿Un poeta necesita no ser olvidado?

-Un Poeta con mayúsculas como lo fue Quisquete nunca se olvida. Y el principal motivo para fundar la Asociación del Diente de Oro fue precisamente mantener viva la memoria, la figura y la poesía de Javier Egea. A principios de los noventa yo frecuentaba a menudo el piso que Javier y allí me leía poemas de su postrero proyecto literario, una serie de sonetos que encajaban con la tonalidad del último libro publicado por Egea, Raro de luna, con una poética de lo onírico, el mundo entre las sombras, de un universo sonámbulo marcado por el personaje quizás más romántico y más canalla de la literatura: el conde Drácula.

-Creo que esos poemas Egea los llamó ‘Sonetos del diente de oro’, en un guiño a la canción de Rubén Blades, ¿no?

-Sí, pero también a todo ese ambiente de misterio que rodea la anécdota de la canción y el origen de la misma: un crimen sucedido en algún barrio del bajo Manhattan. Y es que Egea usaba cualquier referencia para escribir. Y es, precisamente, la transformación de algo tan cotidiano, como una noticia periodística, en una composición de ambiente noctámbulo y marginal lo que maravillaba a Egea: el escenario arrabalero, el puñal, la noche, la vestimenta del asesino, la pistola Smith and Wesson. Y, sobre todo, esa imagen en la que el delincuente «se va pa encima» de la prostituta, con el destello dorado de su diente alumbrando la desierta avenida. Cuando un poeta abre los secretos de su poesía y marca caminos para futuras generaciones, éste pasa a la categoría de inolvidable.

-En su libro hay mucha influencia egeniana.

-Sí, lo reconozco. Incluso en el uso de algunas formas clásicas como el ovillejo, una estrofa recogida por primera vez en la primera parte del Quijote y que Egea usa en su Raro de luna adaptándolo a su propia poética.

-¿Tiene sentido la poesía en un mundo donde predominan las nuevas tecnologías?

-La poesía siempre tendrá sentido sin importar cuáles sean las tecnologías imperantes en cada época histórica. El escribir, además de ser una necesidad, es una forma de entendernos y de entender el mundo en el que vivimos. Y ese es para mí -independientemente de las tecnologías- el sentido que tiene siempre la poesía, acompañarnos en la búsqueda de respuestas que nos permita seguir avanzando.

-¿Podrá la inteligencia artificial componer un poema de San Juan de la Cruz?

-No lo creo. La inteligencia artificial nunca tendrá la capacidad de estremecerse al dar con un verso inesperado, ni indagar en las palabras buscando el adjetivo más preciso para lo que el poeta quiere expresar, ni crear la metáfora necesaria para un poema. Y cuando se habla de inteligencia artificial, además, no podemos olvidar que esa inteligencia depende de programas hechos por seres humanos, es decir, que es inteligencia humana que la máquina intentará acoplar al ritmo del propio texto poético. Pero sin que el factor humano interfiera en los sentimientos de un texto poético no creo que podamos hablar de poesía

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