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Cuarto y mitad de besos y abrazos

Si ponen en el Guggenheim el montaje que hace Blas todas las mañana en su frutería se convierte en obra de arte

Hay pocos establecimientos que me fascinen tanto como una frutería en la que todos los artículos estén bien puestos, casi con precisión milimétrica. Cuando paso por la frutería que tiene mi amigo Blas en la calle Manuel de Góngora, me quedo absorto, como si estuviera mirando un cuadro de Boticcelli. Blas se levanta todos los días a las cinco o las seis de la mañana para montar su frutería. En la estructura que tiene afuera, combina los colores con los tamaños y le sale un montaje que si lo ponen en el Guggenheim se convierte en obra de arte. La frutería de Blas me recuerda a un cuadro de Giuseppe Arcimboldo, aquel que pintaba rostros humanos con frutas y plantas.

Siento igual fascinación que cuando de pequeño iba a la tienda de ultramarinos de Aquilino. Lo primero que allí sentían los clientes era el olor a especias, a madera vieja y al aceite que te lo despachaban a granel en aquellos dispensadores de embolo que funcionaban con manivela. Luego estaba la visión de los sacos de legumbres bien alineados: los garbanzos, las alubias, las lentejas… Y esa caja de sardinas arenques que había que espachurrar en el marco de la puerta liadas en papel de estraza. Y aquellas piezas de bacalao colgadas de un gancho en el techo que parecían cometas a punto de echar a volar. La que partía el bacalao, literalmente hablando, en la tienda de Aquilino era su mujer, que me contaba que aquellos peces disecados y en sal venían de Terranova. Yo no sabía lo que era Terranova, pero sonaba muy bien. Amelia, pues así se llamaba la mujer, ponía la pieza en la bacaladera, una especie de guillotina de hoja afilada y ¡zas!... Lo hacía con energía y hasta con gusto. Y creo que con cierto morbo porque cada vez que bajaba con brío la cuchilla miraba al marido, como si le estuviera lanzando un mensaje. A aquella tienda mi madre me mandaba a comprar cuarto y mitad de jamón york con un recado para Aquilino: “Que dice mi madre que me lo dé usted bien despachao y del bueno, que es pa un enfermo”. Tampoco sabía cuánto era cuarto y mitad, pero no sé por qué resultaba ser la medida preferida de las madres. Pues eso, si no nos vemos antes, que pasen una agradable y feliz Nochebuena. Les envío a todos ustedes, mis lectores, un cuarto y mitad de besos y abrazos.

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