Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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Escuela de señoricos

Pánfilo pretende enseñar señorío a los líderes, militantes y simpatizantes del partido de los centauros apocalípticos

Me dice mi amigo Pánfilo que se ha levantado con mono pedagógico y que quiere dedicar tiempo a educar a los militantes de Vox. Reconoce que casi todos ellos han superado ya la vía ascética, es decir, que llevan imitando a los rancios señoritos terratenientes andaluces desde hace tiempo. Y que su tarea no comienza de cero. Pero, por ahora, también lo admite, los jefes de este movimiento -Abascal y Ortega Smith, sobre todo- por mucho que monten a caballo o exhiban maneras de sargento de instrucción de peli USA- no pasan de ser unos aprendices de señorito, bastante verdes. Le advierto que puede ser tildado de maestro Ciruela -el que no sabía leer y puso escuela-, pero sigue decidido a proponer a responsables y militantes de Vox el Llanto de las virtudes y coplas por la muerte de don Guido de don Antonio Machado como modelo de comportamiento de señorito. Aunque se sea ateo, el buen señorito ha de dar muestras de "amor a los alamares / y a las sedas y a los oros, /y a la sangre de los toros / y al humo de los altares". Le apunto que Machado es un santo republicano y de izquierdas y que hay otros poetas como Villalón o el mismo Sánchez Mejías que desentonarían menos. Pero mi amigo no ve que eso sea un obstáculo. Pánfilo tendrá todos los defectos del mundo, pero sabe reconocer cuándo le han torcido el brazo. En su afán misionero, me confiesa, que el sábado pasado se acercó a un puesto de propaganda política de Vox en el Paseo del Salón de Granada, plantado junto a una fuente microfeminista de atlantes de falos flácidos, ridículos y pendulones. El puesto del partido varonil estaba atendido por jóvenes de ambos sexos, espercojaos y musculosos. Ningún joven nazi de camisa parda entonaba "El mañana nos pertenece", como en Cabaret. Pánfilo les aconsejó que pusieran el chiringuito junto a alguna de las falocráticas farolas que jalonan el trayecto del Metro, por ejemplo. Porque los penes de las estatuas, tan poco brillantes, contradecían el mensaje supermacho de su partido. Un joven, con cuerpo de atlante, le contestó: "La brillantez la ponemos nosotros". Perfecta respuesta. "Me quedé", confiesa mi amigo, "como el que va por lana y vuelve trasquilado; estos chicos aprenden pronto. Poco después, un wasap me informaba de que el chiringuito estaba ahora en Correos y me alegré de que me hubieran hecho caso".

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