Esta boca es tuya

Antonio Cambril

cambrilantonio@gmail.com

Feliz y cruel Navidad

Lo he aprendido. Por fin. Donde haya más de doce, conmigo que no cuenten. ¡Feliz Navidad!

De las tradiciones españolas que glorificó el secretario general del PP, la Navidad es la única que adoro. Como buen, o mal, cristiano sin Dios (esa enormidad que no me cabe en la cabeza por más que los teólogos expliquen que todos cabemos en la suya), entiendo que Cristo vino al mundo, si es que vino, para traer el perdón de los pecados y la democratización de la salvación. Antes de Augusto o Tiberio, los emperadores en cuyos tiempos aseguran distintas versiones que nació Jesús, determinados pueblos o credos reservaban para sí mismos la exclusiva de ese beneficio. Creo en la Navidad desde que de pequeño celebraba la Nochebuena con las entrañas encendidas de mis padres, abuelos y hermanos al calor y al olor de una sopa y, años más tarde, la coronaba con una juerga en Nochevieja con los amigos que siempre estuvieron ahí hasta que a algunos los devoró el tiempo. Por eso, porque la entiendo como una renovación (ligada al nacimiento del invierno en su versión pagana) siempre deseo una Feliz Navidad y no unas felices fiestas.

Vindico el espíritu navideño y los valores que encarna (su condición de tregua, sobre todo) y con la edad me he ido acostumbrado a hablar en estas fechas con los muertos, a cuidar la vida de los que espero que me sobrevivan y el recuerdo de los que perdí. De lo que desconfío es de la Navidad oficial, de esa orgía del consumo que se inaugura con el alumbrado de El Corte Inglés y que tiene como negocio puntero las cenas de empresas o colectivos profesionales. Hace días, sin embargo, asistí a una. Fui saludando a los asistentes. Noté algún beso frío, pocos, pero la sorpresa llegó cuando topé con una antigua compañera de trabajo con la que discutí hace meses. Al felicitarla, no contestó y miró al tendido. Me pregunté de qué vale asistir a un acto navideño pletórico de rencor. Me invadió la tristeza, pagué, abandoné el local, me adentré en la noche y pensé en el contraste del brillo de las bombillas y las tinieblas de algunos corazones. Memoré cuando en Jerusalén, hace años, y a modo de mensaje simbólico, se soltó una bandada de palomas que fueron ametralladas de inmediato por un grupo de francotiradores. También recordé a Carlos Cano, a quien tanto quise y quien tantas veces me dijo: "Antoñito, ya tienes una edad, hay que saber decir no". Lo he aprendido. Por fin. Donde haya más de doce, conmigo que no cuenten. ¡Feliz Navidad!

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