Esta boca es tuya

Antonio Cambril

cambrilantonio@gmail.com

El Gordo

El español cree en la posibilidad de comprar la suerte y ser agraciado para no volver a dar palo al agua sin ser llamado vago

La lotería sólo toca a los otros. La experiencia muestra que existen seres imantados, como el ex presidente de la Diputación de Castellón, Carlos Fabra, y algunos prohombres de la provincia, a los que la suerte sonríe de manera continuada cada Navidad. O como los diputados andaluces que cobran dietas en enero y agosto aunque el Parlamento esté cerrado. No es lo común, a la gente a veces le toca la pedrea, pero siempre le toca la pedrada. Ahora, que no escarmientan, sueñan con la lotería dormidos y despiertos, esperan más de la lotería que de las instituciones o los representantes públicos, pasan la vida invirtiendo pastizales en el azar. La costumbre es muy antigua, figúrense que los granadinos juegan y pierden desde antes de que Sebastián Pérez entrara como concejal en el Ayuntamiento de Granada. En esto, y en lo de celebrar el Día de la Toma, son excelentes patriotas. Hay pueblos, como el alemán, que confían en la industria, pero el español cree en la posibilidad de comprar la suerte y ser agraciado con un par de millones de euros para no volver a dar palo al agua sin que nadie se atreva a llamarlo vago, parásito social o marimantenido. Aquí no cabe el hecho diferencial, da igual que seas catalán, vasco, castellanoleonés, extremeño, murciano o andaluz profundo; si excluyes a los ricos podridos y a los altos ejecutivos, sólo hay tres tipos de españoles: los que no tienen más fortuna que su juventud y sufren el exilio económico y la guasa del ministro de Exteriores, según el cual "irse fuera enriquece", los que descansan cuando trabajan y los desempleados de larga duración víctimas de la lotería inversa, de la imposibilidad de volver a encontrar faena. Los tres grupos son devotos del Gordo.

Sí, la lotería es el único camino hacia la libertad, y yo creo en ella con la fe del carbonero. Este año he aflojado y desperdiciado 250 euros. A mí no me sucederá como al italiano del chiste. ¿Lo conocen? Este pobre señor acudía cada tarde a la iglesia, se postraba de rodillas delante de la estatua del santo del pueblo y repetía obsesivamente durante horas: "Por favor, por favor, por favor, haz que me toque la lotería". Al cabo de seis meses el santo cobró vida, inclinó la cabeza hacia el desgraciado y le dijo paciente, aunque con un punto de desesperación: "Hijo mío, por favor, por favor, por favor, ¡compra un décimo!".

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