Perdiendo el norte

Soy de la Granada profunda

Cuando era chico no sabía lo que era Halloween, pero disfrutábamos de juntarnos los primos en las matanzas

Cuando era chico no sabía qué era Halloween. Sabía a duras penas qué eran los Reyes Magos porque una vez me trajeron una naranja. Sería más o menos por el año en el que llegó a mi casa-cueva en la que nací (en San Marcos, un pequeño anejo de Benamaurel) la electricidad. Aún tendrían que pasar cuatro años más para que llegase el agua corriente. Y más años aún hasta que ir a Granada dejó de ser una odisea de cuatro horas de viaje.

Cuando era chico no sabía qué era Halloween. Pero sí celebrábamos las máscaras (en carnaval) y pedíamos el aguinaldo por las casas. Por cierto: me da rabia que aceptemos lo de fuera con entusiasmo mientras despreciamos lo nuestro.

Cuando era chico no sabía qué era Halloween, pero disfrutábamos de juntarnos con los primos en las matanzas (¡ay!, la de la tita María!); íbamos andando a la escuela; jugábamos libres como el viento; y comíamos melón de agua, porque la palabra sandía no estaba en nuestro vocabulario.

Cuando era chico vivía, y lo sigo haciendo, en la 'Granada profunda', parafraseando una reciente resolución oficial poco afortunada. No teníamos las ventajas de una gran ciudad pero sí crecimos sabiendo qué era la solidaridad entre vecinos y los valores que nos permiten generar sociedades sanas.

A pesar de las deficiencias vigentes, las cosas han cambiado en el ámbito rural. Es cierto que la ciudad tira, es más molona… Pero desde que la luz llegó a mi casa en 1974 hasta hoy, nuestros pueblos han mejorado. Y se vive bien: se vive de escándalo.

Nos queda mucho por hacer. La iniciativa de la Diputación y de Caja Rural Granada para llevar cajeros a todos los pueblos; y las ideas de la misma administración para que haya al menos una tienda-bar-espacio multiuso en cada pueblo; para fomentar comunidades energéticas; y extender la fibra óptica, van en el buen camino.

Las cosas han cambiado mucho y, por ejemplo, mi sobrina Loli ha trasladado su residencia desde Madrid al pueblo porque la fibra le permite teletrabajar. Deben seguir cambiando más, pero la Granada profunda, como dirían algunos con desprecio, sigue siendo un espacio humano para vivir y ser feliz. En este entorno crecimos (y mira qué 'buena gente' hemos salido) y ahí siguen creciendo nuestros niños y niñas.

Y lo hacen con la pervivencia de aquellos valores de los pueblos de los que presumimos los que ahí hemos vivido. La Granada profunda sigue y debe seguir siendo una oportunidad para generar buenos ciudadanos, para criar peques felices. Si alguien no lo ve, tiene un problema. Si alguien no lo ve y lo utiliza en nuestra contra, tenemos todos un problema.

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