Luces de Navidad

No veo a un aventajado alumno del Juan XXIII de la Chana incendiando Navidades

Para unos, una cruz invertida. Para otros, una forma de provocar. Hay quienes hablan de blasfemia y sacrilegio. Yo fui este puente a ver las luces en mi ciudad, y la verdad, niego la mayor. No me gustan. Cierto. Echo de menos los tres Reyes Magos de la Mariana. Y villancicos, aunque al alimón suene Bienvenidos de Miguel Ríos. Echo de menos un Portal de Belén con buey y todo. No es cuestión de creer. Es, más bien, de nacer. De recordar cómo despegaron nuestras vidas, a quienes ya no están, pero de la mano nos enseñaron luces, ilusiones y ese Portal de Belén. Es nuestra tradición. Siempre entendí debía respetarse tradiciones y recuerdos. Fueron y deben seguir siendo nuestras.

Pero, dicho esto, no veo a un aventajado alumno del Juan XXIII de la Chana incendiando Navidades en medio de guerras religiosas. No lo veo. No es su estilo, ni su talante. Podremos discrepar, hasta desear mejor elección lumínica el año que viene. Es legítimo. Pero de ahí a disfrazarlo de provocación, no lo comparto, la verdad. Estoy absolutamente convencido.

La Navidad tiene estas cosas. De cualquier bombilla, enredamos una discusión y olvidamos lo principal. Cerramos paso a nuestros deseos, aquellos que de pequeños no nos dejaban dormir porque llegaba Navidad. Y acostados, pero con los ojos y el corazón abierto, formulábamos los tres mejores.

El primero era la nieve. Una copiosa nevada. Una nevada que, eso sí, nos dejara salir de casa, resbalara poco, y no picara después la garganta. Hoy lo sueño para nuestros hijos: una Alhambra nevada. Un Albaicín nevado. Un Sacromonte nevado. Y jugar. Jugar con la nieve. Hacer muñecos y divertirnos arrojando bolas de nieve. Sí. Una Granada repleta de blanco.

El segundo, un camión de sonrisas. Que ni mayores ni pequeños perdiéramos la sonrisa por navidad. Y vuelvo a soñar con ello. Dejar de lado confrontaciones, discusiones, disputas. Que nos dispongamos a ser felices y particularmente amables con todos. Que nuestras vidas se detengan para regalar una sonrisa a quienes nos rodean. Los Reyes Magos han dado permiso.

El último, un sinfín de juguetes. Nadie sin un juguete, sin una ilusión, sin un motivo para la esperanza y otro para la felicidad. No sólo los pequeños; también los mayores, quienes la edad hace más difícil sorprender. Que sus ojos, un año más, vuelvan a iluminarse.

Con tres deseos me conformo. Con ellos cierro mi carta, la firmo y me dispongo a esperar que llegue la Navidad. Olvido provocaciones, cruces invertidas y chorradas provocadas por aburrimiento y desilusión. Posdato mi carta solicitando más villancicos. Celebremos la Navidad con mascarilla y distancia. Pero con nieve, camiones de sonrisas y un sinfín de juguetes.

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