Menas

Son niños a los que la vida no les ofreció la suerte de sentirse parte legítima de una sociedad como la nuestra

Lo miré fijamente. Apenas si levanta cinco años. Apoyado en la verja. Desde el otro lado de la vida. Como las olas, que apenas logran evitar el surco que su retirada deja. Nunca sabes si viene o va, si un día dejará de estar en éste o el otro lado de la verja. No. No son menas. Son niños. Niños a los que la vida no les ofreció la suerte de sentirse parte legítima en una sociedad como la nuestra. Niños a quienes el hoy les quitó la sonrisa. Y tienen miedo. Cuando llegan, tienen miedo. Quizá por ello el futuro les condujo al extrarradio, a la delincuencia, al cartel de enemigo público, al Código Penal, al camino de vuelta al otro lado de la verja. Nunca fueron de aquí, ni lograrán serlo.

Crecieron apoyados en la verja y estos años no han logrado separarlos de la nada que les ofreció aquélla. No. No son menas, Son niños a quienes la vida privó del derecho de sentirse vivos, a quienes el tiempo ofreció como regalo desprenderse del olor y el sabor de su madre a cambio de pan y un lugar donde cobijarse. Aquí llegaron. Asustados. Indolentes. Extraños. Tardaron mucho en entender, en saber si en nuestra limosna cabía el cariño, la acogida, y un lugar para sentirse parte de esto que llamamos España. Hasta ahora, apenas ofrecimos manta y comida por importe dicen de 4.700 euros. Pero en el importe olvidamos cercanía y amor de reemplazo cuando les abandonaron los suyos. Lo que no se vende y siempre se extraña.

Me pregunto qué sentiría si hubiera sido el padre que para proteger a su hijo debí depositarlo al otro lado de la valla. Me siento cerca de la anciana de los seiscientos euros, de aquella que la vida le enseñó la cara amable de compartir, de la justicia de un trozo de pan para dos, de la gratitud para quien ama, respeta y comparte. No. No son menas. Sólo niños. Fui de la Constitución del 78. Para lo bueno y para lo malo. De Carrillo, de Felipe González, de Suárez, de Fraga y de los emigrantes de Alemania. Qué contradicciones depara la historia. También estuvimos al otro lado de la valla. Pero vi a quienes sacaron este país a flote, a aquellos fachas del 78 que inculcaron el respeto a los derechos y libertades de estos niños. Soy de los que recibieron un país que emigraba a Alemania y ahora no sabe qué hacer con los que recibe…

El cartel de Vox hizo trizas cuarenta años de mi vida. Sentí lo hipócrita de cambiar votos por victimismo. Lo sé. Lo aprendieron de Podemos, el verdadero cáncer instalado en esta sociedad que vende una y otra vez víctimas que en su mayoría nunca lo fueron. Aquí cada cual se apodera de una parte de sociedad bajo cainitas discursos que les encumbren al poder. Sólo saben de eso. Pero el niño sigue allí. Asustado. Apoyado en la verja. Y a pesar de que comen, viven y tienen una cama por 4.700 euros, siguen solos. Siguen solos.

Mañana, delincuentes. No les ofrecimos otra cosa. Y será nuestro fracaso, el de la sociedad adormecida que no supo integrarlos, a pesar de lo que creyó invertir en ellos. Tapar conciencias y añadir votos. Como hicimos hasta ahora. Tuvo miedo entonces. Tiene miedo ahora. Y el miedo que corrompe el alma nunca es buen consejero.

Y allí sigue. A este lado de la valla. En la orilla de su destierro eterno.

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