Fantasmagóricas se yerguen en una fila ordenada las torres que bordean palacios y jardines. La luna se asoma tímida entre una neblina extraña, pero a pesar de estar casi llena, no acierta a alumbrarlas. Parecen ajenas, distantes de aquella otra panorámica alegre que la memoria guarda y mucho más próximas a la oscuridad de tinieblas y recelo de los bosques de la Alhambra, allá por el año 87, cuando Juan José Ruiz Molinero hablaba del "Generalife secuestrado" o de "expropiación" o cuando los progenitores aterrorizados alertaban sobre el asesino de la luna llena. Un entorno tenebroso, el escenario pulcro en el que vagaba triste el espíritu de Aixa. Las dos caras de una misma moneda, la imponente, la luminosa o aquella otra ciudad oscura, la ciudad trágica que no se cansó de pintar el gran Hermenegildo Lanz. La oscuridad domina hoy en un entorno que siempre se ha engalanado de luminaria, comme il faut, para su gran momento, el del Festival Internacional de Música y Danza, el instante dorado de lucimiento, cuando el mundo fija su atención y su mirada en la colina roja. Y desde los primeros conciertos en el Palacio de Carlos V donde el gas impresionó a la concurrencia, hasta las propuestas que publicaba, rozando los años treinta, El Defensor de Granada, "El palacio árabe, la Torre de la Vela, toda la fortaleza y los bosques de la Alhambra serán iluminados con lámparas eléctricas incandescentes cubiertas de bombas de colores, en un numero de treinta y cinco mil", siempre ha existido un afán de la ciudad por engalanar su Alhambra para que luzca imponente en la gran fiesta donde la música y la danza se citan, se gozan. Incomprensible es que luzcan hoy oscuras, con las puertas tancadas y los guardias de seguridad como cancerberos de las tinieblas apostados frente a ellas. "El secuestro del Generalife volvió a producirse tantas décadas después", escribe ante semejante desatino J. J. Ruiz Molinero en su crónica del 18 de junio. Un desprecio hacia el Festival que tanto da a esta ciudad. Un no saber presentarnos limpios y arregladitos al mundo, un no saber estar, nada acorde con una graduada en Protocolo y Relaciones Institucionales, como reza en el currículo de la directora del Patronato de la Alhambra. Nada justifica la oscuridad, mucho menos en momentos luminosos, quizás esta imposición de las tinieblas sea metáfora aplicable a los nuevos tiempos venideros inaugurados hace hoy cinco días. Si es así, a los que buscamos la luz incluso en noches sin luna nos queda el consuelo de permanecer inmóviles hasta que los ojos se acostumbren a la oscuridad y puedan entonces vislumbrar la verdad que la negritud oculta.

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