Dejaron de ser principales los principios. No se puede decir que hayan desaparecido, han sido relegados, alejados de la vida social, política, económica (aquí nunca estuvieron en una buena posición, es cierto) y, lo que es peor, cultural. Y digo que es peor, porque recuerdo que la función de la cultura es garantizar la adaptación de los sujetos al entorno, un entorno sin principios es un entorno hostil. La cultura es el conjunto de bienes materiales, pero también de bienes espirituales que incluye lengua, hábitos, tradiciones y, sobre todo, valores, esos que fortalecen la empatía y la extraversión. Quizás por ello en los últimos años la cultura ha pasado de ser dignificada a ser menospreciada, o como poco circunscrita a una cuestión de moda y de clase, de una clase mucho más pudiente que la media opulenta, que por muy lujosa que se muestre, será siempre media y será servil. Se ha procurado que los principios éticos, esas normas de carácter universal que incluyen máximas como no mentir o respetar a los demás, se confundan con lo religioso, y ahí, en ese rincón oscuro, son cada vez menos precepto constitucional. Están, pero no se les ve, en definitiva, es de lo que se trata. Desaparecer casi completamente equipara al individuo, convirtiéndolo en masa, la misma que será engullida por el populismo. Lo hemos visto con claridad el 4 de mayo en Madrid, una sociedad desconocedora de que, tal y cómo decía George Orwell: "Cuando el fascismo llegue finalmente a Occidente, lo hará en nombre de la libertad", o tal vez, le dé igual, no le importe la ideología, el tipo de gobierno, por lo que tampoco le importará ser cómplice de ella. Beberá cerveza, eso sí, hasta altas horas de la madrugada.

Los principios no han desaparecido, han dejado de ser principales y, por ende, se estigmatiza a quien los tiene, a quien es congruente con ellos e intenta trabajar con honradez y coherencia. Poseer principios significa hoy evidenciar a una mayoría dominante desposeída de ellos. Los antiguos gañanes, aquellos pobres con poder para hacer y deshacer, el tuerto en el reino de los ciegos, capaz de azotar a su propia gente para distinguirse y evitar a su señor o a su señora mancharse las botas de barro y los guantes de mugre. En manos de los gañanes estaban las fincas, en manos de gañanes están hoy muchas de las instituciones culturales. Gañanes alentados por el sistema y por tanto envalentonados. La salida antes de tiempo de la directora gerente del Centro Lorca demuestra que el sistema funciona. Ahora la exdirectora del Centro Lorca pasará a ser conflictiva y problemática, adjetivos que encubren la falta de principios. Este siglo XXI comienza a parecerse peligrosamente a aquellos finales treinta del siglo XX. Lo retro está de moda.

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