Responsabilidad

Es del pueblo llano la obligación de reparar, como siempre, los desaguisados

Una imagen vale más que mil palabras. La ilustración de El Roto en El País del 1 de septiembre es reveladora. Los sanitarios intentan por todos lo medios mantener las puertas cerradas a un virus que empuja con fuerza y amenaza con arramblar, furioso, agitado, mientras la gente fuma, baila, se hace selfies…, ajena al peligro en ciernes. En una larga palabra, sociabilizan, sin mascarillas, sin distancias. Se pide en la viñeta responsabilidad, se apela a la cordura, a ese juicio que alguna vez parece que tuvimos.

Le hemos dado la vuelta a la pirámide social. Ahora el vértice del poliedro yace semienterrado y la base se erige poderosa. Un poliedro formado por pollos sin cabeza. Así salimos del confinamiento, jurando que apenas un paseíto, una cervecita, con todas las medidas, por supuesto, propósitos que se disiparon en cuanto los efluvios del alcohol o la brisa fresca en el calor del verano adormecieron las neuronas y nos precipitamos buscando un hombro amigo en el que descansarlas o descansarla, una mejilla para besar, un cigarro que compartir. El rey, cúspide de aquella pirámide, anda y anduvo enterrado; el alto, medio y bajo clero se retiró medroso y seguro a recitar su letanía bajo las nubes poderosas; la burguesía se limitó a cacarear como gallinas güeras que empollan sus huevos y el pueblo llano a mirar con temor las sombras que se ciernen sobre los tejados de sus casas.

Perdido el seso nos quedan las formas. La apariencia de una normalidad. Vuelven las oficinas, los horarios, la rutina, con la seguridad de unas medidas que durarán lo mismo que los propósitos de Año Nuevo o los del veranito de la "desescalada". Nadie siguió el juego de las flechas en el suelo. Ahora serán los niños los que desfilen, como lo hicieran aquellos que allá por los ochenta marcaban el ritmo del prog rock del '79, bajo la dirección de Alan Parker. Es del pueblo llano la responsabilidad moral en esa pirámide invertida, la obligación de reparar, como siempre, los desaguisados. Al individuo, a ese ser libre e independiente, le toca rescatar la sensatez, al vecino que aporrea los muros de madrugada, al que vocifera su vida desde las terrazas, al que humilla y desprecia, al negacionista, al que se hurga la nariz en la playa, al que avanza medrando, al que no sabe de escrúpulos, a ese que veo cada día desde mi ventana correr bien equipado, con cinta en la frente y camiseta de marca, sujetando un móvil de última generación con el brazo extendido, grabando en la carrera su cara. ¡Qué triste va con él la vida!

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