El alcalde Gallego Burín

Un intelectual ambivalente que fue cambiando de ideas conforme el tiempo lo cambiaba a él

En la portada del libro del que voy a hablar unas líneas más abajo se ve al alcalde Antonio Gallego Burín con un pico en la mano a punto de impactar con la fachada de un edificio. Era a primeros de los años cuarenta y el Ayuntamiento de Granada se había comprometido a adecentar el barrio de La Manigua, donde una casa sí y la otra también constituían el lugar de trabajo de las prostitutas. Por entonces no existía el teletrabajo y todo era presencial. Una estatua de ese alcalde está en el jardín de la casa de mi amigo el escultor Miguel Moreno. Es una estatua que se le encargó al artista por un gobierno local de derechas para ponerla en una plaza de Granada. Pero una fuerte oposición por parte de algunos grupos políticos echó la idea por tierra por considerar que dicho alcalde no se merece una estatua. En fin, que la obra ahora está debajo de un laurel y entre glicinias en el amplio jardín de la casa de mi amigo. Por lo menos allí no la cagan las palomas.

Gallego Burín tiene una biografía que da para la polémica. Para muchos granadinos fue el mejor alcalde que ha tenido Granada, el que definió el urbanismo de la capital, el que diseñó el ensanche del centro y, además, el que creó el Festival Internacional de Música y Danza de Granada cuando era director general de Bellas Artes. Además, era un intelectual experto en arte y había escrito muchos libros sobre la ciudad que lo vio nacer. Pero para otros no fue nada más que un político franquista que se aprovechó de la alcaldía para escalar otros puestos en la política. Dicen los detractores que el plan urbanístico que él continuó ya estaba en marcha y que este hombre fue el causante de la destrucción en gran parte de nuestro patrimonio, además de no defender los intereses de la ciudad tanto como los suyos propios. El libro, editado por la Diputación y presentado el pasado lunes, se compone de cuatro trabajos hechos por personas (Alejandro V. García, Antonio Jara, Mateo Revilla y José Vallejo) que piensan que Gallego Burín tiene más sombras que luces y que solo fue un erudito al servicio de la dictadura después de la Guerra Civil, que es lo que tocaba con Franco en el gobierno. Un intelectual ambivalente que fue cambiando de ideas conforme el tiempo lo cambiaba a él. Precisamente el libro se llama Luz y tiniebla, como la vida misma.

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