Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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El bien más preciado, la Libertad

La idea de libertad de una mujer del Albaicín y de una ‘sin techo’ se aleja bastante de la libertad con birra de moda

En un ensayo que he perdido, encontré comentados hasta 200 tipos distintos de libertad. El tema me ha interesado mucho. Lo tuve que estudiar monográficamente en el PREU. Don José Barrio, el profesor que nos lo explicó, llegó hasta Spinoza. En mis posteriores averiguaciones sobre el asunto, nunca encontré el concepto de ‘libertad con birra’, de moda. Hace poco, he tenido la suerte de poder observar, de poder mirar, dos tipos de libertad que no tenía registrados. Para dos mujeres, una la conocí en el autobús del Albaicín y la otra, en un banco de la Avenida de la Constitución, la libertad es el bien más preciado. Últimamente me preocupa mucho cómo miro a la gente, y cómo lo cuento después en este diario. Me temo que la mirada del columnista sea de superioridad, como las pesquisas de un entomólogo. Y esto me descompone. Para Valle-Inclán hay tres maneras de ver el mundo y a sus personajes: desde abajo, y los conviertes en héroes, desde arriba, y con un punto de ironía y de arrogancia, como si fueran inferiores, y, otra manera, que es mirar a los demás como de nuestra propia naturaleza, como si fuesen ellos nosotros mismos. Esta es la manera en que me gustaría mirar a los demás, pero sé que, a veces, me pongo en modo ojo de halcón. Como si yo no fuera parte del experimento. Pero a estas dos mujeres, las admiro y, al tiempo, siento ternura por ellas. Una, la del Albaicín, me cuenta que de joven le encantaba bajar a lavar la ropa al río Darro. Porque luego tenía que esperar a que se secara, tendida en la hierba, y podía, lejos de casa, ser libre toda la mañana correteando por las riberas del río y por la ciudad. Sobrehumana es la libertad de la mujer sin techo que duerme en un banco de la avenida, que lava su ropa en una fuente del paseo y que la tiende en uno de sus setos, a la vista de todos. Le arreglan el pelo en una peluquería cercana, va siempre pulcra. Es pequeña, seria, andarina. La fuerza que la sostiene no es de este mundo pospandémico. No admite compasión ni la busca. No se la ha visto pedir nunca. Ni es hostil ni amable. La otra noche la vi observando las copias de cuadros del Prado que jalonan el paseo. Se quedó un buen rato viendo jugar a unos niños. Si miras a estas mujeres benignamente, desde arriba, como si fueras superior, te equivocas. No hay cadenas para su albedrío.

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