Cuando estamos en la playa nos damos cuenta de que el agua está sucia porque aparece una espumilla sospechosa que es el resultado de la contaminación por sustancias orgánicas o jabonosas. En la economía sucede algo parecido, pero en lugar de espuma lo que observamos son algunas burbujas especulativas que demuestran lo podrido que está el sistema económico.

Sin que nos hayamos recuperado todavía del pinchazo de la burbuja inmobiliaria, ya sufrimos el crecimiento exponencial de una nueva burbuja, la del turismo, que está incidiendo directamente en el incremento del precio de la vivienda.

Durante los años más duros de la crisis, miles de familias tuvieron que malvender sus viviendas o directamente fueron desahuciadas de ellas. Al mismo tiempo, una minoría privilegiada que tenía recursos económicos -y, sobre todo, los grandes capitales- pudieron hacerse con una parte importante de nuestro patrimonio inmobiliario siguiendo la lógica de acumulación por desposesión que tan bien explica el geógrafo David Harvey.

Con la burbuja del turismo esas viviendas vuelven a subir de precio enriqueciendo otra vez a la minoría privilegiada mientras se dificulta enormemente el acceso de la mayoría a una vivienda digna, un derecho humano recogido en nuestra Constitución.

Aunque los gobernantes no quieran darse por enterados, en una ciudad turística como Granada la nueva burbuja está siendo inflada con fuerza por la proliferación de alquileres turísticos (más de 3.000), primero en el centro y ahora también en el resto de barrios. Quienes pretenden comprar o alquilar una vivienda en estos meses se están topando con esta realidad que amenaza con vaciar nuestra ciudad desplazando a la población cada vez más lejos. Y quienes quieren permanecer en sus hogares sufren el acoso inmobiliario e institucional como María, la última vecina de la Casa del Aire en el Albaicín; o quedan a merced de los propietarios que gracias a la reforma de la Ley de Arrendamientos Urbanos impuesta por Alemania pueden sufrir subidas del alquiler cada 3 años mientras en ese país esto sería impensable.

Urge por tanto una regulación y una limitación de los apartamentos turísticos y una recuperación de las políticas de vivienda pública de alquiler que podrían mejorar su financiación, entre otros, con los impuestos que debería pagar esta actividad económica. Es fundamental que las administraciones controlen esta burbuja utilizando todos los instrumentos que tienen a su alcance, desde una tasa turística progresiva hasta una planificación urbana que favorezca la vida en la ciudad. Es necesario frenar a quienes siempre han visto nuestros hogares y nuestros barrios como una oportunidad para seguir enriqueciéndose, incluso acabando con la vida en la ciudad, es decir, con la ciudad misma.

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