Un día triste

Vi a un grupo de chavales que venían del campo con las cabezas agachadas y comprendí lo que había pasado

Creo que fue Javier Marías quien sostuvo que el fútbol es la recuperación semanal de la infancia. Puede que sea verdad a tenor de lo que pasó el domingo pasado en el que recordé que un partido de fútbol había sido el causante de uno de los días más tristes de mi vida. Jugábamos en las eras que en otros tiempos eran destinadas al trillo. Era el único sitio en el que nos dejaban jugar con una pelota. Dos piedras eran los postes de la portería y se perdía más tiempo discutiendo si un gol había podido no ser gol que jugando. Chillábamos de mala manera y corríamos como rebaño de ovejas. Todos al ataque o todos en defensa. No había árbitro y si lo había no le hacíamos ni puto caso. Aquel día había un desafío entre los de la calle Desengaño y los de la calle Alfarerías. Bien mirado era como un derbi entre dos equipos rivales que se enfrentaban de vez en cuando para ver quiénes eran los mejores en darle patadas a un balón. Las eras y aquellos partidos eran el último refugio ante el desencantamiento del mundo. Aquel día los de la calle Alfarerías fueron más hábiles y mi equipo, el de la calle Desengaño, perdió por siete a tres. Recuerdo sus cánticos de alegría mofándose de nosotros y nuestra tristeza por la humillación recibida. Llegamos a nuestras casas mohínos y tristes. No queríamos hablar con nadie y, menos, encontrarnos con alguno de la calle Alfarerías, que seguro que nos restregaría su triunfo.

El domingo pasado, mientras yo firmaba libros en una caseta de la Feria se estaba celebrando el partido trascendental para las aspiraciones del Granada de seguir en Primera. A cada lector que se acercaba le preguntaba si sabía cómo iba el Granada. A los que sabían que iba cero a cero se les veía en su cara el gesto de la suspicacia: No, si verás tú… Cuando terminé de firmar, a las diez de la noche, me fui en autobús a casa. El autobús iba vacío y ni siquiera miré el móvil para ver cómo iba el partido. Al bajarme en la parada que hay cerca de mi casa, vi a un grupo de chavales que venían del campo fútbol con las cabezas agachadas, afligidos y sus rostros arañados por los signos desconsuelo. Entonces comprendí lo que había pasado y recordé aquel partido de mi infancia que dio lugar a uno de los días más tristes de mi vida.

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