Cambia, todo cambia

La lucha por la vida

Tener razón no nos hace felices, pero sí nos aporta fuerzas y argumentos para cambiar

La Covid-19 está demostrando nuestra fragilidad como especie. Los seres humanos dependemos sin remedio de las condiciones en las que se encuentra nuestro planeta. De hecho, la disminución de las áreas naturales, la ganadería industrial, la urbanización desenfrenada, la contaminación y la hipermovilidad de la globalización son caldos de cultivo que han contribuido a la letalidad de la actual pandemia. Sin embargo, una minoría de la población mundial a la que Wolfgang Sachs denominó como clase consumidora mundial, esquilma los recursos naturales y destruye los ecosistemas como si no pasara nada. Así la tierra es cada vez un lugar más hostil para la vida humana, hasta tal punto que ahora vivimos en la distopía de necesitar mascarillas todo el día para preservar nuestra salud.

A quienes llevamos lustros alertando de estos colapsos nos descalificaron como catastrofistas, nos acusaron de pretender la ruina de la gente, pero lo que desacreditaban como una historia de terror se ha hecho realidad: la desgracia que afectaba a otros pueblos y territorios ha llegado a todos lados en forma de pandemia. Tener razón no nos hace felices, pero sí nos aporta fuerzas y argumentos para cambiar nuestro modelo de desarrollo evitando así que los daños sean mayores, pues nadie puede negar ya que en los próximos años la situación va a ser todavía más difícil por los efectos combinados de la devastación ambiental y el agotamiento acelerado de los recursos naturales, principalmente el petróleo, pero no solo.

A pesar del sufrimiento que están generando (y que van a generar), la élite global, el 1% que dirige nuestros destinos, sigue insistiendo en fórmulas ya fracasadas porque no les interesa renunciar a sus privilegios. Por ejemplo, en esta crisis sin precedentes no dejan de fomentar el turismo masivo y a grandes distancias aunque tiene los días contados y necesitamos otras fuentes de empleo.

Al defender el crecimiento como una creencia, del mismo modo que los extremismos religiosos, las actuaciones de las élites van a ser cada vez más autoritarias y violentas. Esta es la razón por la que atacan a colectivos de jóvenes por el clima que cuestionan sus dogmas como Fridays for future. Empezaron con los insultos, principalmente a su líder Greta Thunberg, y ahora siguen con las multas como los casi 3.000 euros que el Ayuntamiento de Granada ha impuesto a un grupo de activistas por pintar con tiza las grises aceras de nuestra ciudad. En otros lugares del mundo asesinan a quienes defienden nuestro planeta, pero ni los insultos, ni las multas, ni los asesinatos van a detener la lucha por la vida.

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