Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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La metáfora del carpintero

Para armar los muebles de Ikea, imprescindibles sus instrucciones. Las cabezas se amueblan con libros

Ikea debería de pasarle una pensión de por vida al intelectual orgánico –miembro, acaso, de la socialdemocracia cultural subvencionada– que usó por primera vez la metáfora ‘una cabeza bien amueblada’ para referirse a gente de ciertas luces. Como la marca sueca, con sus imprescindibles instrucciones para armar una cómoda o un perchero minimalista, los muebles intelectuales nos los instalamos en la cabeza siguiendo las instrucciones de ciertos libros, de ciertos ensayos y guías. Ahora que estoy buscando una casa de acogida para mis libros, en peligro de abandono o extrañamiento, me topo, en mi escrutinio, con los que ‘vertebraron’ (metáfora de museo de Ciencias Naturales) mi pensamiento, al que había que suponer informe e invertebrado cuando llegó al mundo. A esos, pienso conservarlos. Nos les cansaré con una lista copiosa de los libros de autoayuda intelectual que he manejado. Porque, además, solo llevo expurgadas dos o tres estanterías. No me desprenderé, por ahora, de tres libros, angulares para mí, de contenido desigual, pero muy edificante. Son estos: Sobre política y lingüística, de Chomsky, la Historia de los heterodoxos españoles, de Menéndez Pelayo, y, Elementos para una teoría de los medios de comunicación, de H.M. Enzensberger. Estas son alguna de las herramientas de carpintero de ideas con las que amueblé mi piso cerebral de aspirante a pensador reconocido y valorado por los círculos intelectuales de la localidad. Pero, como todo no está en los libros, y uno aprende muchas cosas de la vida, también voy a conservar una carpeta con documentos de la Transición, llena de notas de mi propia mano y de documentos reveladores de los 70’. Esa época mágica en la que mucha gente se puso de acuerdo para no resolver el problema de España a hostias y farolazos, como venía siendo habitual. Merecen estos incunables de mi experiencia ver la luz. Hace poco, cenando con el escritor Antonio Muñoz Molina, me tildó de perezoso; y mi hija me lo dice a menudo: “Papá, siéntate ya, y ponte a escribir una novela contando todo lo que te ha pasado, o unas memorias o algo, que ahora hasta los niños de pecho escriben un libro sobre sus imprescindibles sucedidos vitales”. Quizá, dado mi natural regalón, no lo haga nunca, pero esta carpeta y otras merecen tener su infalible mañana y su poeta. ¡Qué lástima!

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