La mujer a la que Dios no reconoció

Conté la anécdota que contaba mi añorado amigo Manolo Cabrera, que solía pasar el Corpus en la caseta El Salero

Por una vaguería de Sánchez Trigueros me entero de que Lirola, el motrileño que pintaba carteles de cine, contaba que hace sesenta años, muchos niños pobres de Motril, pero que sabían leer, se colocaban junto a las taquillas del cine y, por conseguir una entrada, se ofrecían a los labradores analfabetos para leerles los subtítulos y los argumentos que venían en el cartel de mano. En alguna ocasión, también el niño que se ofrecía era analfabeto y lo que hacía era inventarse los textos. A veces, cuando doy un pregón o me dirijo a una audiencia, me siento como alguien que se está inventando un argumento solo para conseguir agradar a la audiencia. Me pasó la otra noche, cuando daba el pregón del casetero. ¿Quién era yo para contarle a aquellos caseteros cómo debían pasar las fiestas si ellos sabían de eso mucho más que yo? ¿Qué consejos podría dar a unas personas que se curran la feria y que son felices los días que dura? Así que les conté mi vida festiva a través de las etapas de mi existencia y les dije que el tiempo de la fiesta no es el mismo que el de la vida común. Les dije que la feria nos hace cambiar, aunque solo por uno días. Y les conté la anécdota que me contaba mi añorado amigo Manolo Cabrera, cirujano plástico que solía pasar el Corpus en la caseta El Salero, sobre aquella mujer de mediana edad que estando en el hospital muy enferma y a punto de palmarla, se le presentó Dios y le dijo que no se preocupara, que su vida no había acabado, que ella llegaría a vieja. Efectivamente, aquella mujer se repuso y al saber por Dios que iba a llegar a una edad muy tardía, comenzó a visitar cirujanos plásticos para alcanzar la vejez con buena pinta. Se arregló la nariz, los labios, las orejas, las tetas, el trasero, las nalgas… en fin, todo lo que se puede arreglar para parecer más joven. Al terminar la última operación, al salir de la clínica un coche la atropelló y la mató. Cuando la mujer subió al cielo, muy indignada fue a ver a Dios para protestar porque Él le había dicho que iba morir cuando fuera anciana. Dios se le quedó mirando y exclamó: "¿Eres tú? ¡Ay! Perdona. Es que estás tan cambiada que no te había reconocido". La gente se lo pasó bien, aunque yo me sintiera como un niño pobre de Motril de los años cincuenta.

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