Me presiguen las erratas

Les juro por mis muertos que hago lo posible y me esfuerzo para que no haya erratas en mis textos, pero no lo consigo

La otra noche me despertó una errata. Estaba tan dulcemente durmiendo cuando en la conciencia adormilada se metió que en el último artículo que había escrito para el periódico había una palabra mal escrita. Me desperté sobresaltado, me levanté y encendí el ordenador. Luego fui al texto y efectivamente, allí estaba la muy canalla. Era un artículo del que hablaba del pasado del Granada y en vez de moriscos había escrito mariscos. No cuadraba que llamara a Aben Humeya 'rey de los mariscos' en vez de 'rey de los moriscos'. Mi ordenador tiene corrector que te indica con una rayita roja la palabra mal escrita, pero, evidentemente, esa errata no la había detectado. Enseguida la corregí y volví a acostarme con la conciencia tranquila porque había atajado lo que podía haber sido un disgusto en mi persona si hubiera leído la palabra con errata impresa en el periódico. Y es que las erratas siempre me han preseguido, pero ahora con más saña. Debe ser que mi edad valetudinaria tiene el achaque de la falta de atención y cada vez veo más fallos ortográficos en mis escritos. Sin antes repasaba un texto un par de veces, ahora lo tengo que hacer al menos cuatro o cinco. Y por mucho que lo revise, siempre salta la maldita errata. Un día que presenté un libro, se me acercó un lector y me dijo: "He leído su libro. Está bien, pero tiene dos erratas, una en la página 47 y otra en la 96". Me agrió la fiesta el comentario de ese malafollá, además de dejarme tocado para siempre. Les juro por mis muertos más recientes que hago lo posible y me esfuerzo para que no haya erratas en mis textos, pero no lo consigo. Creo que se han aliado para fastidiarme. A veces pienso que me tienen manía. El corrector del ordenador creo que también me hace el boicot porque en algunas ocasiones muy evidentes, ni se cosca. El caso es que las erratas parece que han instalado en mi vida y no están dispuestas a irse de ella ni con aceite hirviendo.

Pero peor es que salga la errata cuando estabas convencido de que la habías corregido. Al día siguiente de enviar mi artículo al periódico y leerlo después impreso, allí estaba Aben Humeya como 'rey de los mariscos'. Ahora, cuando voy a algún restaurante a comer leo la carta con mucha atención por si tienen 'sopa de moriscos'.

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