A mil metros de casa es la máxima distancia por la que podrán pasear los niños.

A mil metros de casa es la máxima distancia por la que podrán pasear los niños.

Cayetana no duerme bien. Desde que se enteró en televisión que el 27 podría salir a dar un paseo, está asustada. "No quiero salir, papa. Me da miedo". Anoche, el que no pudo dormir fui yo. Es verdad que Piti y yo le quitamos ascuas al fuego, pero lo cierto es que me quedo corto, cortísimo, cuando incido tantas veces en la desgraciada generación que estamos malcriando. Para ellos, el coronavirus debe ser así como el vaquero malo de la película a quien miles de sheriff persiguen para meter en la cárcel hasta que se pudra. Pero mientras ande suelto por la calle, seguirá matando. Y nuestros hijos tendrán miedo. No crean que es raro lo de Caye. Se veía venir que tanto telediario, tantas noticias, tantas ruedas de prensa, les terminarían metiendo el miedo en el cuerpo. Otro efecto nefasto del confinamiento. Los telediarios no respetan el horario infantil en que se ha convertido el mediodía.

Bueno, a nosotros también nos produce miedo. Nos sobreponemos, sí. Y comprendemos que deben ser autoridades sanitarias quienes establezcan cuándo, cómo y con qué medidas. Pero no pueden ni deben ser los únicos. Siempre habrá temor. No desaparecerá. Temor a contagiarse, a generar nuevos picos de contagio, a que haya quien le importe la vida un bledo, quien no atienda las recomendaciones y ponga en riesgo la vida de los demás. Pero las medidas no se adoptan para ellos. Para ellos, confinamiento policial. Para nosotros, no existe el riesgo cero.

Mientras, seguimos como siempre. Buscándonos la vida para que nuestros hijos terminen dignamente el curso. Juanma Moreno se hizo eco de una solicitud para que los técnicos estudien una vuelta a las aulas sobre el 15 de Mayo. Levanto la mano. Yo lo pedí. Fui uno de tantos. Solicitamos a la Junta la necesidad de estudiar procesos de normalización para que la vuelta al colegio se produjera al menos un mes en este curso.

Que es mucho el daño psicológico que se está ocasionando, y que, si las circunstancias sanitarias permiten el levantamiento del estado de alarma y la reincorporación laboral, debiera meditarse la incorporación al aula en ese mes. Es verdad que la decisión corresponde al Gobierno de la Nación. Pero ¿es malo que pidamos se pondere? ¿Es malo que nuestras instituciones se hagan eco de lo que es una evidencia?

El futuro. Hace cuarenta días cambiamos el pupitre por la mesa del salón, el recreo en el patio por la terraza del domicilio, sus compañeros por padres y hermanos. Hace cuarenta días les propusimos un cambio mental tan profundo que no sé cómo lo aceptaríamos sus padres a su edad. Debemos darnos por satisfechos.

Hemos improvisado. Nadie, ni padres, ni profesores, ni autoridades educativas, estuvimos preparados para afrontar un repentino cierre de los colegios y clases virtuales en apenas dos días. Nadie. Hablaba con el presidente del Consejo Escolar de Andalucía de la necesidad urgente de concretar un grupo de trabajo para trabajar en un modelo de enseñanza a distancia, de manera que no nos vuelva a recibir el invierno con el pie cambiado. Y proponía su desarrollo en el propio Consejo, donde ya estamos representados los sectores implicados y la premura obliga a consensos en tiempos récord.

Estamos obligados a ser proactivos, a medir esfuerzos en dosis de esperanza y generosidad. El futuro no se construye solo. El país no renace por casualidad. Necesitamos avanzar, volver a sentir orgullo de nuestra marca. Y nuestra marca es Granada, es Andalucía, es España. Vamos.

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