Gracia

En España repetimos algunos de nuestros viejos pecados, como la improvisación, y miramos al cielo esperando la gracia

El miércoles a medianoche, mis estudiantes aún repasaban los textos de Kant y Ralws para nuestra clase del día siguiente. Entonces sentimos el terremoto. Salí al balcón y me quedé allí como los personajes de la escena final de A Serious Man, la película donde los hermanos Cohen actualizan la historia de Job: me quedé esperando el huracán. O el meteorito. O cualquier otro final apropiado para la película del 2020, una clásica ya del género de catástrofes.

A Kant le cambiaron sus convicciones las noticias del terrible terremoto de Lisboa de 1755. Antes había recibido la influencia de Leibniz (ya saben: aquel cómico activo a finales del XVII que sostenía que vivimos en el mejor de los mundos posibles). En los escritos que siguieron al terremoto, en cambio, Kant prescindió de las referencias a la providencia y a la gracia divina y pasó a pensar sobre el tipo de conocimiento necesario para prevenir catástrofes y sobre la obligación moral de producirlo.

El terremoto del otro día en Granada, mucho más suave que el de Lisboa, no nos cambiará la forma de pensar. ¿Lo hará la pandemia? Terremotos y pandemias tienen una cosa en común: aunque su origen sea natural, sus efectos dependen mucho de cómo nos organicemos. En otros tiempos se esperaba mucho de la gracia divina. También parecía confiar en ella el pueblo de Granada, pues la gracia da nombre a una plaza, varias calles y un barrio de la ciudad. Hoy, sin embargo, deberíamos confiar más en el cálculo de estructuras y en la medicina, pues la gracia es imprevisible. Se supone, por ejemplo, que debimos a la gracia de Dios que Francisco Franco fuera Caudillo de España, según explicaban las monedas que llevé de niño en los bolsillos.

Voltaire se burlaba de Leibniz en su Cándido y seguramente se burlaría de quienes nos aferramos a la esperanza de que la pandemia aún pueda ser para bien. No lo ha sido para quienes ya han pasado por la UCI o han visto morir a una persona querida. Pero todavía podría serlo para los demás si queremos aprender.

En España repetimos algunos de nuestros viejos pecados, como la improvisación o la pobre inversión en sanidad, y luego miramos al cielo esperando la gracia. Pero la gracia parece habernos abandonado en este 2020. Más nos vale volver los ojos a la tierra, como hizo Kant, ser prudentes y pensar en hacerlo mejor a partir de mañana.

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