Maimónides, el médico y teólogo judío, refrenda en el siglo XII, por motivos de salud pública, la prohibición de comer cerdo acogiéndose al Levítico (11:3-7) y la Kashrut, que designa en la cultura judía lo que es apropiado para ser injerido, lo prohíbe, como prohíbe la ingesta de ratas o de aves carroñeras. "La carne de cerdo es una inmundicia" (Surat Al Anman, 145) reza en el Corán y desde el siglo VII para los musulmanes queda el cerdo fuera de la comida Halal. En todas las culturas la tradición se refuerza cuando en el siglo XIX se descubre la triquinosis o, avanzado el tiempo, la presencia de otros microorganismos perniciosos. Pero lo que no se dice es que la prohibición de la ingesta de carne de cerdo, por ejemplo, se trató en origen de un tema de adaptación. Criar cerdos en Oriente Medio, en un ambiente árido, era más caro que criar rumiantes. Vacas, cabras y ovejas necesitan un lugar con plantas para alimentarse, mientras el cerdo para engordar obliga a los dueños a compartir la cosecha con él. Además, el cerdo no sirve para tirar del arado, su piel no es buena para tejidos, no da leche y sus excrementos no son efectivos como abono. En la India, el crecimiento demográfico provocó la reducción de las tierras de pasto en favor de los cultivos. Se conservaron las vacas por la leche y el abono y porque resultaban excelentes para arrancar la maleza antes de sembrar. Coincide este periodo con el budismo y el jainismo y su valor utilitario las consagra. En el cristianismo la prohibición se ha reducido a los viernes de cuaresma, miércoles de ceniza y Viernes Santo, pues desde el Concilio de Nicea (año 325) se aplicaba a todos los miércoles y viernes del año y vísperas de festivos, sábados incluidos, cuarenta días que siguen al Carnaval y preceden a la Pascua y se refería además a todo tipo de carne, especialmente la roja por ser un claro referente a la opulencia. Con el tiempo se ha flexibilizado, quizás motivada la relajación por las propias palabras de Jesucristo en el Nuevo Testamento: "Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre" (Marcos 7:15).

Nos conocemos. El ser humano no responde a la lógica, tan sólo a la prohibición y a la sanción. Sobrevivimos porque la historia ha sabido contener sus impulsos siendo permisivos o restringiendo según conveniencia. Pero aceptamos las prohibiciones o las permisiones, sin queja, con la cabeza gacha, si las impone la religión. Distinto hubiera sido hoy que, por las macrogranjas, lo que no se dice, convertidas en un problema ecológico y de salud pública, nos restringieran la ingesta de carne desde el púlpito y no por las declaraciones de un ministro, un ministro comunista para más inri.

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