Alos quince años la pandilla es tu familia. Nadie te entiende como tus amigos, no hay mejor consejo que el de las amigas. A los quince años va perfilándose el físico, el rostro sustituye el exceso de sonrojado de las mejillas por granos incipientes como la incipiente ronquera y el desaire incontrolado con el que se responde a padre, hermanos, o a cualquiera que no sea miembro de la pandilla. Las peleas son a muerte en las pandillas, a muerte las reconciliaciones. A los quince años hacemos una exacerbación de la necesidad de la manada que el ser humano tiene. Y todo cambia con el tiempo en la pandilla, el color del cabello, el volumen de los senos, todo cambia menos el carácter. Las pandillas son el escenario en el que poder contemplar los prototipos humanos. En todas las pandillas había un bromista, un héroe, un antihéroe, un borrachín, un lince, un bufón, una guapa, un guapo, una empollona, el empollón, alguien oscuro, alguien ambiguo, alguien hermético, un chivato. Todos tenían nombres y apellidos y eran hijos de fulano y de mengana, y estudiarían para ingenieros, o estaban dispuestos a modernizar el campo y cambiar el colmado de la abuela por un gran supermercado con nombre de cadena internacional. Eran miembros identificados, eran tus amigos, por muy enemigos que resultaran a veces, pues había un código no escrito que fijaba a los miembros del grupo como algo propio.

Arrastramos la nostalgia de aquellas pandillas en las que crecimos y reaccionamos casi con la misma ilusión de entonces cuando alguien te agrega a un grupo de WhatsApp. Y se opina y se escribe en ese lenguaje de letras bailonas sin pudor, sin temor, porque es tu grupo. Sin embargo, ocurre que un día tomamos consciencia de que no sabemos nada de los miembros del grupo y son los que aplauden tus palabras o callan. Un día inesperado alguien fuera del grupo refiere aquel comentario que surgió dentro del grupo, y como entonces, cuando los quince años, cotilleos de adolescentes, pero con repercusiones de adultos, y hay que temblar cuando tomas consciencia de que un grupo de WhatsApp es el mejor de los lugares posibles para los chivatos, los hacedores de méritos y medallas, como siempre, de los que están dispuestos a vender a su madre por una caricia del amo en el lomo. Los participantes del grupo constituyen una retahíla de números, nombres desconocidos, pocos rostros familiares, dos o tres amigos, aquellos que te agregaron. "Alguien del grupo que filtró un comentario" fue gratamente premiado con migajas brillantes y elocuentes y entre tanto… ¡Cuidado! La reina sin corazones, a quien el súbdito leal comentó el comentario, va desarbolada por los pasillos de las instituciones (no hay palacio aún para ella, aunque es su sueño privado) gritando: "¡Que le cooooooooorteeeeen la cabeeeeeezaaaa!"

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