Apocas horas del trasluz de medianoche, o en el traspiés de vuelta después de disfrutar una cena bien acompañada, se antojan verdades como puños que con dificultad podrían discutir la realidad que percibimos en aquella suerte de embrujo para esta tierra de claroscuros. Pero, a diferencia de mi amigo Cambril, me confieso demasiado flojo como para ponerme a meditar y escribir ni tan siquiera unas líneas en la bien entrada madrugá granaína.

A la mañana siguiente, solo recordaba un sueño en que veía a Pablo Iglesias vestido de caballero del medievo, arengando a sus huestes podemitas con su discurso de una izquierda transversal; y a la derecha, un caballo y Santiago Abascal animando también a sus tropas desde su derecha también transversal. Pretendían juntos aniquilar al bipartidismo, el binomio izquierda-derecha, y presentarse como vencedores en una suerte de manifiesto transversal que arrastraría a todos por encima de su clásica ubicación política. "Vamos, nada nuevo", me dije. Burda copia de lo que propuso Jean Marie Le Pen, o está a punto de hacer el propio Trump. Al final, izquierda de la izquierda, y derecha de la derecha. Nada más.

Soñar es libre. Comprendí que las arengas y discursos provenían de una misma imagen: las chispas y especial agresividad verbal de las redes sociales estos días. Y las plumas de algunos periodistas, todo hay que decirlo. Más de uno se cree en campaña de postelecciones. A veces concluyo que debe ser por el cargo de conciencia que tienen, por su día de asueto para no ir a votar, o por sentirse culpables del desastre electoral andaluz. No lo sé. Pero cuestiono sobremanera las críticas despiadadas a un resultado electoral que nadie puede poner en tela de juicio. Es como tirar piedras al tejado de uno. Si unos recurren al argumentario de lista más votada, otros hablan de Sánchez y su troupe independentista. O, más cercano al terruño, al combate electoral Susana versus Arenas. Si unos abanderan el límite constitucional para repudiar el apoyo de Vox, enseguida contraponen los otros el apego podemita a la Venezuela de Maduro y al régimen iraní. Así, una y otra vez.

Había, o así me explicaron, un pacto de caballeros que distanciaba la crítica política hasta cien días después de constituir gobierno. Que no era hora de moler a palos a quien ni siquiera dispone de asiento, a quien (cuando escribo acaban de despejar la X) no ha recibido todavía los trastos para la faena. Debiera cundir el ejemplo de quienes se fueron del cargo con generosidad, educación, respeto político y máxima responsabilidad institucional. Uno, en silencio a su Registro. Otro, a viajar por el mundo. Los que más, conferencias. Hombre, ninguno recogió aceituna, pero tampoco estaban cualificados para ello, que se sepa.

Este pataleo, en cambio, nunca lo vi. Jamás. Y espero no volverlo a ver. Por higiene política. Pero sobre todo, porque lo pide voz en grito nuestra cada vez más maltrecha democracia.

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