La tiña

Nadie merece nacer pobre, igual que nadie merece quedarse sin trabajo por un virus

Uno de mis bisabuelos alpujarreños pasó un tiempo, de niño, en el Hospital de la Tiña. Este se ubicaba en un hermoso edificio del Albaicín, que allí sigue, en la calle Tiña.

Como otras muchas enfermedades, la tiña afectaba principalmente a los pobres. En tiempos de mi bisabuelo abundaba en la prensa un discurso moralizante que atribuía los males de los pobres, entre ellos las enfermedades, a sus vicios. Había enfermedades asociadas a la lujuria, a la lujuria de los pobres; la tiña se relacionaba con su envidia: "si la envidia fuera tiña, cuántos tiñosos habría", decía un refrán. La pobreza se solía vincular a otro de los pecados capitales, la pereza. Pero cuando la "gripe española" de 1918 causaba millones de muertos en todo el mundo, algunos medios culparon a los pobres por lo contrario de la pereza, por empeñarse en salir a trabajar. El peor pecado, al final, no era la pereza, ni la lujuria, ni la envidia, sino el hambre.

Para algunos lo sigue siendo. Estos días he leído muchos tweets de gente airada que arremete contra la "paguita". Parece que el problema del Ingreso Mínimo Vital es que, por su culpa, los que trabajan (esto es, esos señores airados que se pasan el día en Twitter) tendrán que mantener a vagos, delincuentes e inmigrantes, tres categorías que para dichos señores vienen a ser equivalentes. Pues, suponen ellos, quienes se esfuerzan no necesitan una paguita.

No niego que la riqueza tenga algo que ver con la capacidad y el esfuerzo. Un pastor del Sahel inteligente y laborioso puede acabar su vida poseyendo doce cabras en lugar de las diez que heredó de sus padres y pasar hambre solo en tiempo de sequía; en cambio, si Marta Ortega se dedicara a la vida muelle bien podría diezmar los más de 63.000 millones que un día heredará de don Amancio. Luego dirán que no hay justicia en el mundo.

El coronavirus y la pobreza pueden cebarse con cualquiera; hasta con Alemania. Pero algunos creen que cierta cualidad moral propia los mantendrá a salvo de esos males. Si algún día caen en la pobreza o en la enfermedad se sorprenderán de que les haya tocado una desgracia que solo merecen los demás.

Es una buena noticia que un nuevo derecho social nos proteja de la mala fortuna. Nadie merece nacer pobre, igual que nadie merece quedarse sin trabajo por un virus; pero cualquiera puede perder su trabajo, igual que cualquiera podía terminar en el Hospital de la Tiña.

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